martes, 24 de julio de 2012

Un tema para compartir....Memorias de un Gallero, continuación
El gobierno gomecísta en San Luís. Cuando estuve convaleciente en La Masas, acostumbraban en la Prefectura de San Luís a reclutar gente para resguardar a las autoridades de noche. Nosotros éramos unos cuantos muchachos, yo tenía unos 17 años, y nos buscaban para ir, pero teníamos un familiar que nos daba el aviso y muchas veces teníamos que ir a dormir en el monte, porque los guardias con los comisarios de barrios les daban los datos para conseguirnos. Este era el gobierno de Juan Vicente Gómez donde había guerrillas de Manuel y Rafael Simón Urbina. Una noche tomaron la Prefectura matando a casi todos los funcionarios. En ese tiempo no había derechos humanos ni se respetaban a los menores de edad. Por eso teníamos que ocultarnos. Por esta toma de la prefectura agarraron uno de los guardianes, un muchacho de Las Masas que reclutaron de esa forma, acusándolo de apoyar la guerrilla, que él tenía que saber sobre el asalto de los Urbina ya que no le pasó nada durante el asalto. El se había ocultado. Lo llevaron al monte y allí le dieron una muerte terrible, cortándole el cuerpo por partes, en pedazos. Como no se quejaba y no hablaba le abrieron la boca y le encontraron una medalla con la imagen de la virgen del Carmen. Se la sacaron y enseguida murió. Lo enterraron en el mismo sitio. Con el tiempo los familiares sacaron los restos y le dieron cristiana sepultura. Según, allí se dieron cuenta cómo fue descuartizado. Esto lo hizo el gobierno, fue uno de los tantos desmanes que se hacían pero que nadie reclamaba. Los funcionarios imponían multas y “colaboraciones” arbitrarias a los que podían pagar y a los que no, los enviaban a trabajar en la carretera que estaban haciendo por el cerro de los indios, vía Churuguara. También pude ver cómo llegó una comisión de San Luís a buscar preso a un padrino mío y otro señor vecino. Sin decirles el motivo y los mandaron para el castillo de Puerto Cabello, durante un año estuvieron presos. Los denunciaron de conspirar contra el gobierno sin pruebas ni testigos. Los sacaron de sus casas. También vi como un funcionario llegó con unos burros y mandó a bajar un poco de maíz de la troja que tenía el dueño de una casa al cual buscaba para detenerlo. Como no lo encontró, se llevó el maíz. No recuerdo si era el mismo funcionario, pero conocí a un coronel Pachano, que se dio a la tarea de buscar a mi padrino Jorge Jiménez arbitrariamente ya que él se oponía y discutía por esos desmanes. Una de esas acciones que no aceptó mi padrino Jorge fue que el caserío tenía para la sombra de los animales, unas matas de cují muy frondosas. Pachano los mandó a cortar sin consultar a los dueños de las matas ni a la gente del pueblo. Llegó con más de 15 hombres también con la intensión de apresar a mi padrino. Nosotros, previendo el caso, lo habíamos encerrado en un cuarto ya que él quería hacerle frente al coronel. Este quiso entrar por la fuerza a la casa pero nos opusimos unos sobrinos y yo indicándole que debía traer una orden judicial, aun cuando sabíamos que podía hacer caso omiso de tal planteamiento. A uno de los sobrinos que venía llegando lo agarró el funcionario y le muchacho se le sacudió. Entonces este dio la orden de arrestarlo y amarrarlo y se lo llevó preso. Otro de los sobrinos –eran varios- me mandó a buscar a otro quien también era mi padrino, Fulgencio, este me dijo que le ensillara una bestia y se fue para Coro. Al llegar nos envió un telegrama que decía “Muerto Gómez, Presidente-gobernador Arístides Tellería. Chucho en libertad” Esto fue para nosotros de gran alegría. Padrino Jorge había servido con el general Tellería en Ciudad Bolívar. Pachano quiso volver a Las Masas, pero cuando llegó a La Quinta, le dijo Don Luís Villavicencio: -¿Para dónde va Coronel? Contestó: -Voy para Las Masas- Le dijo Don Luís -¡Oiga los tiros y los vivas! ¡Esa gente sabe que Gómez murió! – De inmediato Pachano se devolvió y se fue para Coro, vía Sabaneta. Padrino Jorge envió comisiones para detenerlo por todas las vías usuales de salida de San Luís. Pero no pensó en la de Sabaneta, que era la más lejana y menos transitada. La orden era no dejarlo ir. En ese entonces también pude saber lo que hacían estos funcionarios. Se informaban de los habitantes que tenían medios económicos para inventarles denuncias sobre tenencia de revólveres. Los hacían citar para que entregaran el arma. Así le pasó a mi padrino Fulgencio quien nunca había tenido un revolver. Tenían los funcionarios del gobierno un payaso que estaba pendiente de a quien llamaban. Le salía preguntando que le pasaba y cuando se enteraba, les ofrecía el arma indicándole que así podía ayudarlo, pues él le vendía el revólver, el afectado lo entregaba y así se libraba del problema, pues tenía que entregar el arma, si no se quedaba preso. De esta forma el negocio volvía al “dueño” Era un negocio entre los funcionarios y el payaso que lo que querían era conseguir dinero. Para el Zulia Después de todas estas cosas y de mi entera recuperación, a principios del mes de agosto de 1936 me fui para el Zulia. Mi Tío Fachito, quien ya estaba allí, me había conseguido con un caporal de la compañía anglo-holandesa Venezuela Oil Company, que después se llamó la Schell, un trabajo. Me decía mi tío que tan pronto llegara, el caporal me conseguiría el reporte. Salimos de La Masas con otros cuatro más a caballo hasta Curimagua. Delante de nosotros iba un muchacho que llevaba las maletas, una cecina de un chivo capón que se había criado y engordado con maíz y una lata de manteca de marrano. Yo iba acompañado de un primo, Pastor Jiménez, quien ya había ido al Zulia. Llegamos a Coro, no había carros, pero nosotros conseguimos un camión que salía esa misma noche. Era temprano aún y nos pusimos a caminar la ciudad. Pasamos por la casa de la señora Cantalicia de Medina quien estaba con Marucha Schiripa, quienes también iban para el Zulia pero no conseguían carro. Allí me entero por la Señora Cantalicia que su hijo Lorenzo se había casado por poder con María y que ella llevaría a Marucha para entregársela. Yo le dije que si querían yo hablaba con el chofer del camión y se iban con nosotros. Ellas aceptaron y así lo hice. También hablé con mi compañero que teníamos contratado los dos puestos delanteros para que se los cediéramos a ellas y no hubo problemas. Pero yo no sabía cuántos días podíamos durar en el camino, montados en la parte de atrás y ¡Duramos cuatro! Había que vadear ríos o esperar que bajaran, estaba lloviendo y cuando no, el sol que nos pegaba fuerte. No era en verdad una carretera, era una gran trocha donde no había puentes. Por fin llegamos a los Puertos de Altagracia y a esperar una embarcación que llevara a la señora Cantalicia y a Marucha hasta Los Haticos, en Maracaibo. Las acompañamos y luego nos fuimos al puerto de Maracaibo para embarcarnos en un barquito que nos llevara a Cabimas. Allí tomamos un carrito para ir a Lagunillas y cuando nos bajábamos del carro, nos vio un muchacho a quien habían enviado para nos recibiera en Los Puertos de Altagracia, pero se puso a beber y se olvidó de nosotros. Nos hizo meter de nuevo en el carro y nos llevó a Campo Rojo donde él trabajaba y allí nos tuvo casi todo el día para justificar su falta. Tres días después de llegar, el caporal me mandó a buscar, pero con las molestias de las tablas del camión donde venía sentado, me salió un “nacido” que me mantuvo varios días varado hasta que pude presentarme. Una noche unos primos que ya tenían tiempo en el Zulia me llevaron a un bar y me preguntaron que quería beber. Yo dije -¡Cola!- Ellos me dicen que pida una cerveza. Pero yo les dije que a mí no me gustaba, pues creía que era como cuando estaba en Curimagua, que se vendía caliente y esos sabía mal, además de oler a orine de bestias. Ellos insistieron y al final probé una y dije: -¡Esto es muy especial!- Desde entonces mi bebida predilecta fue la cerveza Zulia. Cuando empecé a trabajar me metieron en el departamento de Transportación. Un trabajo de suplidor de implementos para los camiones que tenían seis hombres y el chofer. Debía darles las herramientas que consistían en picos, palas, cadenas, “perros” para cadenas, “perros” para madera, “gatos”, barras y potes para agua, “pateclas”. Para mí lo de “perros”, “gatos”, “pateclas” me parecían cosas extrañas, pero poco a poco fui aprendiendo. Cuando regresaban los camiones entregaban los materiales que habían recibido. Con los meses, cuando un trabajador se enfermaba o faltaba, me enviaban a suplirlo. Me tenían como “utility” y hasta los choferes me pedían para integrar su equipo, así me dejaron fijo en un camión especial de gasoil y me mandaron para integrar un equipo de obreros especializados. Ganaba seis bolívares semanales y aun cuando no era mucho, con eso pagábamos la comida, el hospedaje, se mandaba dinero para la familia en Las Masas y nos quedaba para la cerveza. Yo le daba a mi tío quien no tenía un trabajo fijo sino como “guachimán” alguna que otra noche. Vivíamos en el sector Los Cocos, en Lagunillas, mi Tío Fachito, mi padrino Camilo y casi todos los de Aracua y Murucusa aun cuando también había otros corianos que trabajaban en la Compañía o en alguna contratista. Sin embargo, para la primera semana de trabajo solo me pagaron tres bolívares. Los otros seis se los reservaba la compañía para entregármelo, en caso de retiro, para que me fuera a mi casa o mi pueblo. Esos tres bolívares era todo lo que teníamos de prestaciones sociales. La huelga petrolera del 36 y el gobierno de López Contreras. El trabajo en los camiones era muy duro y peligroso. Transportación se encargaba de todo el sistema para la perforación. Suministraba todos los equipos y materiales: las maquinarias para la exploración de locaciones, llevar la madera para hacer la plataforma para el taladro, la cabria para la torre del taladro, la mesa rotatoria, el camión especial. A mí me tocaba dejar en posición la barra de perforación. Con una guaya de una pulgada de grosor, sujeta por una patecla, se impulsaba la barra mediante un güinche que yo manejaba con el mayor cuidado para que entrara en el lugar específico de la plataforma para que la mesa se mantuviera recta. Si se desviaba, lo cual podía afectar la plataforma, yo debía darle el toque de impulso hasta hacerla caer en el sitio indicado y dejarla lista. Abajo mientras tanto, el caporal vigilaba el proceso para que la barra llegara a tierra pasando por la cavidad de la plataforma en la forma correcta y proceder a conectar unos 300 tubos que iban hacia el pozo subterráneo donde estaba depositado el petróleo, en la medida que la mecha colocada en la barra: un tubo macizo que perforaba el suelo, también vigilaba que los otros obreros fueran sellando el hueco con cemento, cuya carga de 300 sacos que montábamos a pulso al camión y que también preparábamos. Así dejábamos todo listo para que luego Producción montara un motor •Buda” para el funcionamiento del balancín. Todo ese trabajo era enteramente rudimentario. Teníamos que ponerle un tubo en cada esquina del camión para darle más estabilidad- Sin embargo era peligroso. Los tubos se podían rodar y acarrear accidentes como el padecido por un primo, quien, estando instalando la barra, esta, para ser subida al camión requirió de ser auxiliada con una camioneta a la cual amarraron con un mecate, pero por lo pesada, éste se reventó y la barra se devolvió pasando con gran rapidez por encima del brazo y se lo molió completamente quedando inútil. La compañía no le pagó por esto. En ese entonces no teníamos ninguna protección laboral. El horario era de ocho horas de lunes a viernes, pero si se pasaban más de una o dos horas, no se pagaba sobretiempo. El sábado y el domingo no eran laborables, más si la compañía requería que trabajáramos lo hacíamos, pues era obligatorio ir pero el pago era sencillo. No teníamos transporte, ni servicios médicos, ni de ninguna clase, menos para la familia. No teníamos vivienda, ni siquiera agua fría para aliviar la sed durante la jornada de trabajo. Los potes de agua que llevábamos los colocábamos debajo de las matas para medio refrescar el agua, que, por la temperatura del Zulia era caliente. Todas esas cosas llevaron a la huelga en diciembre del año 36. Para lograr las cosas el Sindicato Petrolero que ya habíamos fundado hizo un gran trabajo en todo el trayecto de la huelga, porque hizo que todos entendiéramos la lucha por todas esas injusticias que sufríamos. Los jefes decían que los venezolanos con hambre no duraríamos ni tres días en la huelga pero duró cuarenta y tres. Los “musiues” tuvieron que salir a hacer sus servicios. Aun cuando López Contreras nos obligó a reintegrarnos por un decreto presidencial, muchos de los artículos del pliego de peticiones que había introducido el Sindicato fueron reconocidos pues se demostraba la situación injusta que padecíamos. Se reconoció a la familia completa en los servicios sociales, se obligó a la dotación de hielo y agua potable, el pago de un bolívar por casa, el pago de tiempo y medio para los trabajos los sábados y domingos y para los días feriados, también para los trabajos nocturnos, y el pago de sobretiempos para las horas extras de obligado reporte y otros más. Pero López no aceptó que nos pagaran los días de huelga como salarios caídos, que según el Sindicato eran 43 millones de bolívares. López Contreras lo que hizo durante la huelga fue hacerse cargo de los intereses de las compañías, pero no se metió con nosotros pues la huelga fue pacífica todo el tiempo. El Sindicato recibió de varios estados apoyo en alimentos. Camiones llenos de plátanos y verduras llegaban de Trujillo, del sur del Lago y de otros pueblos andinos. De Coro llegaban las cecinas de chivo o pescado salado, maíz, para que los trabajadores y sus familias no pasáramos hambre. De casi todos los estados enviaban comida de todas clases en apoyo a los trabajadores petroleros que se guardaban en un depósito del Sindicato. También de Trujillo, de Lara y de Coro venían gente traída por la compañía para quebrar la huelga, pero el Sindicato tenía unas brigadas que persuadían y contenían a esa gente a quienes se les ofrecía a su vez alimentos que tenía el Sindicato en el depósito que muchos aceptaban y otros sencillamente se solidarizaban. Hubo familias de estos otros estados que ofrecieron ocuparse de los hijos de los trabajadores para que no pasaran trabajo mientras se estaba en la huelga. En Caracas no los dejaron pasar. Todo esto hizo que se lograran los objetivos. Así se consiguió avanzar. A López, a pesar de todo, no le quedó más remedio que aceptar que lo que se pedía era justo. Sin embargo no dio totalmente su brazo a torcer y buscó favorecer a la compañía no haciendo cancelar los días de huelga y el obligarnos a volver mediante decreto. La quema de Lagunillas de Agua A principios de 1937 estábamos en plena guerra mundial. Entonces necesitaban de una persona que supiera leer y escribir y me pasaron de trabajar en los camiones a una bomba de gasolina para que despachara los vehículos. Esta originalmente era un cilindro que había que abría con una llave y luego cerrarla, pero la guerra demandaba reforzar la seguridad del muro del lago, ello requería instalar una estación más moderna ya que la empresa debía garantizar el servicio en tales circunstancias. Dieron estos trabajos por contrato para acelerar todo y trabajar en 3 turnos las 24 horas. Esto implicó colocar tres despachadores para atender los requerimientos de las contratistas y anotar todo los que se procesaba. Estando allí se incendió el pueblo de Lagunillas de Agua. Como yo tenía guardia esa noche, me tocó darles gasolina a los damnificados que venían cubiertos de petróleo. Un buzo sacaba gente por el muelle de la compañía y los jefes, que estuvieron allí toda la noche, me dieron la orden de darles toda la gasolina que necesitaran. La mortandad fue grande. Como todo era de madera, hasta el puente que comunicaba la población con el muro y el pueblo de tierra, la gente cayó al agua y como esta estaba llena de petróleo y gas, se quemó. El fuego proveniente de una lámpara que se le prendió a una mujer y quien, para apagarla la tiró al lago, acabó con todo en poco tiempo. Los que no murieron quemados murieron ahogados, pues todo se desplomó y la gente no tuvo por donde salir. Yo había pasado un rato antes por allí, me gustaba ver las mujeres bonitas que trabajaban en los bares cuando iba para el trabajo en la bomba. Era un sitio agradable, ni bonito ni feo. Todo hecho en madera. Creo que nunca se supo cuantos murieron, fue una tragedia. Con el incendio de Lagunillas de Agua, López Contreras decretó hacer Ciudad Ojeda, ciudad con cuyo nombre perdura. Las primeras casas que construyeron en Ciudad Ojeda se las dieron al cuido a Próspero Molina, como era muy conocido y amigo mío, yo le dedicaba un día a la semana para visitarlo. El estaba solo y las casas no estaban habitadas todavía. A Próspero yo lo conocía desde Aracua y Murucusa pues de pequeño le ayudaba a cuidar su cuerda de gallos. Cada vez que él viajaba a Falcón y regresaba para el Zulia, me traía un gallo, pues sabía de mi afición por los ellos. Yo jugaba gallos en Lagunillas y en Puerto Quemado, pueblo limítrofe con Trujillo. También mi hermano Natividad, quien había vuelto a trabajar en el Zulia me traía gallos, Una vez me trajo uno y le dijo a Esteban que ese gallo era tan bueno que aun con botas daba golpes de sangre. Yo lo jugué en Lagunillas y en la pelea perdió un ojo, pero aun así lo fui a jugar a Puerto Quemado. Allí salió “casado” con un gallo español cuyo propietario era un chino también jugador de gallos. Ese era un gallo especial, lindo el animal. Todos apostaban al gallo español. Le dije a Natividad, -Vamos a ver si es verdad que este gallo, aun tuerto, da ese golpe de sangre que tú dices, si no me has engañado- Fue una buena pelea, los gallos salieron parejos. El español le dio buenos golpes a mi gallo tuerto, lo picaba con fuerza. En una de esas hizo el tuerto una amenaza de pique y el español se fue para atrás, situación que aprovechó mi gallo para darle un espuelazo en la cara. El chino cuando vio herido a su gallo trató de recogerlo para salvarlo, a pesar que así perdía. Pero mi gallo tuerto le lanzó un segundo golpe al gallo español, ya en la mano del chino y se lo mató en el acto. En esta pelea un grupo de margariteños y zulianos que nos acompañaban y apostaron a mi gallo saltaron de alegría y tomaron a mi hermano Natividad y lo pasearon a hombros por la gallera, pues había sido cierto lo dicho sobre tuerto. En ese tiempo también López Contreras dictó un decreto muy curioso, para hacer regresar a los margariteños a su isla, y lo hizo por una solicitud que hicieron las madres y señoras de la Isla de Margarita, cuyos maridos o hijos se habían venido al Zulia y allí estaban sin acordarse de sus familias. Entonces buscaron a una buena parte de los margariteños, los metían en un barco y los mandaban para su tierra natal., pero esta gente, acostumbrada ya a estos campos, volvieron clandestinamente de regreso al Zulia y allí se quedaron. Durante su gobierno, volvieron al país muchos venezolanos exilados por el gobierno de Gómez. Algunos de ellos, preparados en el exterior, fueron llamados por López para ocupar cargos en el gobierno. Recuerdo al doctor Néstor Luís Pérez Luzardo, quien trabajo como ministro de Fomento. Se había especializado en petróleo. El se dio cuenta de las irregularidades que cometían las empresas con el petróleo. Descubrieron que los tanqueros tenían doble fondo y solo declaraban una parte para efectos de impuestos, entonces les impuso como multa construir la carretera Lagunillas-Motatan y la construcción de puentes en la vía. También descubrió que las compañías tenían varios pozos en explotación pero que no habían sido declarados, Dispuso entonces que construyeran la carretera Falcón-Zulia, pero esto no se logró pues las compañías hablaron con López y este lo destituyó, aun cuando le ofreció el ministerio de Educación. Pero él le dijo que sus estudios lo habían capacitado en petróleo, no en educación. Lo sustituyó un doctor Serrano. Al poco tiempo Pérez murió, Era un zuliano, yo admiraba su integridad y valentía. Una cosa diferente que hizo López fue que no quiso ser reelegido, porque aquí se acostumbraba desde Gómez a recoger firmas para ser reelegido presidente. Entonces se nombraba a un funcionario que representaba al presidente en Caracas y Gómez se quedaba en Maracay con las Fuerzas Armadas. Quisieron hacer lo mismo con López, donde él dijo que no, porque había que enseñar al pueblo para que este nombrara sus gobernantes. Pero él nombró como su sucesor al General Isaías Medina Angarita. Hubo elecciones pero el Congreso era quien daba el veredicto y nombró Presidente a Medina Angarita,