jueves, 29 de septiembre de 2011

Las Ánimas de Guasare, lecturas que nos ilustran caminos a seguir


Un Nuevo tema para compartir...


Las Ánimas de Guasare, lecturas que nos ilustran caminos a seguir
Licda. Ana María Montero Esp/MSc.


LA LEYENDA:

Era el año 1912…

“Toda la península de Paraguaná era un lienzo de soledad y tristeza. No valía nada poseer o no dinero. El hambre y la sed cobraban diariamente nuevas víctimas. Por eso, primero los más intrépidos, luego casi todo el mundo, optaron por abandonar las casas y emprender con un mínimo necesario el obligado éxodo a través de caminos, pedregales y médanos, montes y salinas, buscando la salvación en dirección al sur, guiados por la silueta azul tenue de la lejana sierra coriana.
Mucha gente de la parte oeste de la Península, se aprovechó de las lanchas pesqueras para buscarle alivio a la hambruna, navegando a otras costas de tierra firme. Los más, del centro y este de la Península formaban improvisadas caravanas y avanzaban, primero casi a la orilla del mar y luego, atravesando médanos y salinas, buscando el rastro de la vida” (Navas Soto, 1993)

En el camino, por el agotamiento extremo, quedaban los cadáveres que otras manos, algo más fuertes sepultaban o, sencillamente, lo hacia la arena cambiante del medanal. Familias enteras quedaron atrapadas en este espacio, sin alcanzar la cadena verde de la sierra, objetivo que auguraba una situación mejor.

Sus muertes tejieron leyendas, entre ellas la de dos hombres, uno casi un niño y de una mujer, quienes intentaron cruzar el istmo desesperados por la sed que a todos azotaba. Avanzaron penosamente hasta caer a la orilla del camino y morir, quedando sus restos cubiertos por la arena para surgir treinta años más tarde, como testimonio de una época de penurias y sufrimiento.

“Los restos humanos aparecieron al lado oeste del viejo camino de Coro, como le decíamos, en el lugar llamado Guasare, exactamente en un sitio que llamaban Patrón Pedro. Mi papá hizo en el sitio donde encontró los huesos, un tumulito de torta, de esos que le hacen a los muertos en las carreteras. Adentro metió los huesos y por las noches nosotros y la gente que por ahí, le prendíamos velas a las ánimas. (Bárbara Marrero, viuda de Castro, en Navas Soto, Obr. Cit)

Con el descubrimiento de los restos vinieron otros cuentos:

“Los caminantes, a quienes se les hacía de noche, al pasar por el lugar, escuchaban voces que rezaban… pero no se veía a nadie”…. “A veces, cuando se pasaba en la noche por ese lugar, uno veía luces que alumbraban en la carretera, pero al llegar al sitio lo que se encontraba era una capillita sin luces y con restos humanos, entonces, uno lo que hacía era rezar y si podía, les prendía una vela” Anónimos.

Refiere Eudes Navas Soto en su libro Ánimas de Guasare, que con estas leyendas comenzó “… a correrse la voz de unas ánimas cuyos restos los habían encontrado en Guasare, que eran milagrosas y que concedían las peticiones sanas que se les hacían si uno tenía fe en ellas…”

Y con estas aseveraciones, llegaron más cuentos que corroboraban la benevolencia de las Ánimas:

“Una noche un joven después de salir del trabajo en la ‘compañía’ se dirigió como de costumbre para Coro. Ninguno de sus compañeros de trabajo lo quiso acompañar. El cuenta que cuando iba a la altura de Tacuato, una falla en el carro le hizo detenerse. Estando allí sintió que unas personas entraton en el carro y éste encendió de nuevo y empezó a moverse, pero con dificultad. Colocó las luces intermitentes, pues ya estaba oscuro y aun cuando sintió algo de temor por la presencia que sentía en el carro, decidió continuar su viaje. Recordó que su padre le decía que cuando viniera de noche por la carretera, se encomendara a las Ánimas. Entonces empezó a rezar el Padre Nuestro y otras oraciones y así, lentamente, avanzó. Cuando llegó al sitio donde actualmente se encuentra la capilla de las Ánimas de Guasare, detuvo brevemente el carro y sintió que ya no había nadie en él. Unos compañeros de trabajo que habían salido más tarde, al pasar reconocieron el carro y como llevaba las luces intermitentes, redujeron la velocidad y lo esperaron. Al detenerse sus amigos le preguntaron que le pasaba y él le indicó que se trataba de una avería. Para su sorpresa uno de los amigos le preguntó:
- -Y, ¿Con quién venías?
- -Con nadie - Respondió.
- -Pero en Guasare, frente a la capilla, cuando te detuviste, se bajaron unas personas - Le señaló su amigo.
- -Pero, ¡yo no traía a nadie! - Le replicó
Al día siguiente, llevó el carro al taller y el mecánico no le creyó que la falla se le presentara en Tacuato, pues, según dijo, el carro debió detenerse por completo, Pero su sorpresa fue mayor cuando visitó a su padre y este le comentó que había estado muy preocupado la noche anterior, por lo que lo había encomendado a las Animas de Guasare para que lo protegieran. Al preguntarle la hora aproximada de su petición cayó en cuenta que había sido la misma cuando más o menos pasaba por Tacuato. (Anónimo. Recreado por Ysis Garvett. Trabajo inédito sobre las Ánimas de Guasare)

Así, de estas historias se tejió toda una leyenda que explica la existencia de una expresión espiritual, la cual no es ajena a otras regiones del Continente, ni de otras partes del planeta: La creencia de un mundo espiritual que trasciende a la vida, una vez culminada la existencia terrenal.


EL CULTO A LO MUERTOS: SU ORIGEN:

Es suficientemente conocida que, la necesidad de trascender una existencia terrenal corta, llevó a los seres humanos a buscar la eternidad después de la muerte. En este proceso todas las civilizaciones, dentro de su cultura, crearon interpretaciones de su ciclo de vida, fundamentando su conducta en la esperanza de una vida similar o superior a la experimentada en su realidad circundante una vez desaparecidas las personas físicamente. Surgió así la creencia de la inmortalidad del alma y la consideración a los muertos como seres sagrados, lo cual dio origen al culto religioso probablemente el más antiguo del mundo: el culto a los muertos.

Los descubrimientos arqueológicos de las culturas china, egipcia, polinesia, inca o maya, entre las más antiguas (entre los 5 mil y 3 mil años a. C.) desarrolladas en diferentes espacios de la geografía terráquea revelan como elemento común, la construcción de tumbas o ubicación de espacios especiales para la colocación de los cadáveres humanos, a los cuales se colocan objetos de uso cotidiano que confirman la creencia de una vida post-mortem.

Por otra parte, la presencia de objetos rituales y estatuillas representativas de la persona fallecida en otros espacios de habitación humana, plazas o caminos, confirman la existencia del culto a los muertos, el cual, con el correr de los tiempos fue absorbido por las religiones que sustituyeron a las primigenias, como el cristianismo que en América, al entrelazarse con las culturas locales, generó la creencia del “muerto milagroso”.
“El muerto milagroso es una noción popular que designa a aquellas personas que luego de su muerte hacen favores y milagros a los vivos, distinguiéndose así de los muertos comunes y de otros muertos públicos. Fueron en vida personajes particulares, pero a la vez no ‘demasiado’ extraordinarios o sobresalientes, la mayoría de ellos podrían calificárseles de personas ‘comunes y corrientes’, sin embargo hay sesgos que los destacan dentro de sus comunidades: una muerte particular que implica una mala muerte…”(Franco, 2001: 112)

Una mala muerte, opuesta a lo que podría llamarse una muerte natural por longevidad o enfermedad, es una característica básica para la veneración de las ánimas (espíritus o almas de personas fallecidas trágicamente), las cuales, de continuar su existencia normal no habrían llegado a ese estadio. La muerte aciaga de un individuo implica que no habría podido cumplir un plan de vida, lo cual lo condena al vacío y por ende, a vagar en un submundo que se debate entre el mundo de los vivos y el de los espíritus, hecho que le permite interactuar entre ambos mundos y así realizar favores a los vivos.

Esta creencia ha generado una serie de ritos que aún cuando son férreamente vigilados por la normativa católica y otras religiones, constituyen expresiones genuinas de la población como la construcción de capillas y pequeños monumentos indicativos de una muerte por lo general trágica, que convierte en mártir a la víctima y eleva el valor de su alma sobre los demás mortales, permitiendo convertirla en un muerto o ánima milagrosa.

Cada región, cada pueblo de América, está identificada con un muerto o ánima milagrosa. En Falcón. Venezuela, destaca la presencia de las Ánimas de Guasare, ubicadas en el lugar con el mismo nombre, en la vía que comunica a la ciudad de Coro, capital de esa entidad federal, con la Península de Paraguaná. Lugar de veneración a unos seres anónimos, fallecidos en la soledad de un pequeño desierto, atormentados por la sed y el hambre, con la conciencia de la proximidad de la ciudad y de la serranía de San Luís, un macizo montañoso que ocupa la parte sur del estado, la cual pudo ofrecerles salvación a sus vidas terrenas y que de hecho, fue refugio para otros cientos de paraguaneros que se asentaron y crearon nuevos núcleos habitacionales al abrigo de la montaña, a partir de esos nefastos días.

LAS ÁNIMAS DE GUASARE: UNA LEYENDA CON BASE HISTORICA

La existencia de las Ánimas de Guasare marca un acontecimiento histórico: La situación de sequía vivida en el norte de Venezuela aproximadamente entre 1909 y 1912, donde, especialmente en la península de Paraguaná, generó una situación crítica que obligó a muchas personas a emigrar a otras tierras en busca de mejores condiciones de vida, pereciendo muchas de ellas en el camino e inclusive al llegar a Coro y otros lugares del estado. Las causas de estas sequías en esa época se desconocían y es apenas en décadas recientes, cuando los estudios ambientales han permitido dar a conocer la existencia de fenómenos meteorológicos cíclicos que generan períodos lluviosos o de prolongadas sequías, como el fenómeno de El Niño, de fuerte influencia en el continente americano.

El fenómeno de El Niño se produce por la alteración del sistema global atmósfera-océano en el cual los vientos alisios, entre los meses que van de octubre a diciembre, se debilitan y dejan de empujar a las corrientes cálidas que suben del norte de Australia. Estas corrientes suben al este del continente americano de la línea ecuatorial en el océano Pacífico y eleva la temperatura del mar. En algunas regiones como Ecuador, Perú, sur del Brasil o Uruguay, se produce, por estos efectos una alta pluviosidad, mientras que en otras como el sector norte de Suramérica: la región andina de Colombia, norte de Brasil y Venezuela, se presenta una intensa sequía.

Este fenómeno es cíclico, oscila cada dos, siete y hasta 14 años, no es enteramente regular. Los países más afectados como Perú, Argentina y Chile han llevado un registro del fenómeno desde aproximadamente 1923. Al analizar la secuencia en forma regresiva, se puede observar que es factible que la situación de sequía que afectó dicha región en Venezuela en 1912, haya sido efecto de este fenómeno meteorológico que también ha generado fuertes hambrunas en África y Oceanía, hacia donde se extienden los efectos de esta perturbación atmosférica.

La península de Paraguaná, por su condición geográfica, es una planicie sin áreas montañosas, solo la interrumpe un Cerro: El Santa Ana y otras lomas o cerros de escasa elevación. No posee depósitos de agua dulce, ni ríos importantes, situación que fue factor influyente para ser seriamente afectada por esta sequía que debió iniciarse a finales de 1909 o principios de 1910, pues las referencias orales indican que no llovió durante las tres cuartas partes del año 1912, pero que también fue muy leve el período de lluvias en 1910 y que tampoco llovió durante el año 1911.

Los testimonios recogidos por Eudes Navas Soto coinciden al destacar que la seguía azotó a todo el país y otras localidades de Falcón, donde “… había tanta hambre y tan poco de comer que… la gente iba a arrancar enea seca (Typha latifolia) en la sabana”, de su raíz obtenían una harina para hacer arepas y consumirla, pues no hubo producción de maíz, gramíneas, ni de otros frutos.

“… grupos de hombres, mujeres y niños en caravana, se morían sentados a la orilla de los caminos… la gente cuando conseguían reses muertas, ya secas, con el cuero pegado a los huesos, la asaban hasta volverla carbón y luego la raspaban con los dientes, - para absorber el líquido interior de la formación ósea - con eso bebían agua” (Navas, Obr. Cit.)

Ysis Garvett, investigadora de literatura oral local falconiana, de la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda, en un texto inédito, cita al historiador Carlos González Batista (1984) quien refiere a su vez a otros autores falconianos que trataron el tema en su libro Historia de Paraguaná los cuales señalan sobre el año 1912 que:

“… este fue el año en que la muerte se señoreo en las sabanas peninsulares… centenares de personas morían en esta maraña infinita de caminos de Paraguaná, o en el istmo, arrastrando a sus hijos deshidratados y hambrientos… La emigración y la muerte –provocaron – un descenso poblacional de dieciséis mil almas, aproximadamente”

Refiere el historiador que en el libro Pueblo Nuevo Capital de Paraguaná, de Iván Rodríguez Hidalgo (1973) este indica que, para el primer trimestre del año 1911, se estimaba una población en Paraguaná de 28 mil personas. En 1913 apenas llegaban a 12 mil. –se infiere que más de la mitad de la población de Paraguaná emigró o pereció por esta causa. Años más tarde, para 1924, la población apenas alcanzaba a 24 mil personas.

La tragedia que afectó a la Península de Paraguaná durante el año 1912 por la seguía prolongada de más de dos años, posiblemente generada por el fenómeno de El Niño y donde murió un alto porcentaje de la población falconiana pudo evitarse, señala González Batista, citado por Garvett, si el gobierno de entonces, presidido por el General Juan Vicente Gómez y en el ámbito local por los generales León Jurado y Gabriel Laclé, hubiesen actuado eficientemente socorriendo con alimentos a los habitantes de la región. Así hubiesen minimizado la tragedia, “… pero esto se hizo muy tardíamente – a finales del año 1912- y de modo deficiente… casi ridículo, abriendo una cocina económica en Coro y otras dos en los puertos de Adícora y Los Taques”, en la Península.

Sobre el tema, el historiador en conversación con quien suscribe el presente trabajo, refiere que es espeluznante observar en el Archivo Histórico de Coro, la cantidad de actas de defunción que guarda esta dependencia, correspondiente al año 12, donde se indica: “causa de defunción: Hambre”. Los documentos provienen de la antigua Casa de Beneficencia ( hoy Colegio Madre Mazzarello) que está ubicada en la calle Palmasola de la ciudad capital del estado, pues, para entonces Santa Ana de Coro carecía de un hospital.

LA HAMBRUNA DEL AÑO 1912: ¿UN EFECTO TRANSCULTURAL?:

Tal y como refiere Navas en párrafos anteriores, la sequía, arrasó con toda forma de existencia conocida: moría el ganado, las plantas y la gente, parte de ésta, para sobrevivir, volvía la mirada a ciertas plantas locales, propias del ambiente xerófito que domina la región baja del estado, las cuales por referencias familiares se sabía podían servir de alimento para soportar el fenómeno y también, al mar para proveerse de ellos. Así se cuenta el uso del núcleo del Agave Cocui Trealase, horneado o cocido, el fruto del árbol de Cujì (Prosotis Julisflora) el cual, mezclado con arcilla “dulce” , provee con un alto contenido de calcio, la semilla del fruto de El Taque (Geoffroea spinosa), .árbol también común en este ambiente, la ya citada enea seca (Typha latifolia), así como la pulpa de las plantas cactáceas conocidas popularmente como Guasábara ( Cilindropuntia caribacea) y el Buche (Melocaptus curvispinus), con las cuales elaboraban alimentos asopados, gracias a su contenido acuoso, alimento que aun desarrollan contadas familias paraguaneras y de otras regiones de la zona árida de la entidad falconiana, o también asados. La gente, comenta el poeta y escritor Guillermo de León Calles, quien escribió la obra de teatro Los dientes están demás, inspirado en la hambruna del año 12, “comía hasta suela de zapatos viejos, para sobrevivir”.

Es un hecho conocido que el proceso de conquista y colonización, al trastocar los valores culturales de estos pueblos, suplantó en una primera instancia el hecho alimentario. La traída de formas europeas de producción: cría de ganado caprino, avícola, porcino, los cuales pudieron adaptarse, especialmente la primera a este ambiente, generó cambios profundos en la cultura y el ambiente de la región. Mucha flora ha desaparecido como conciencia del efecto depredador del caprino, que es criado libre y extensivamente para que él mismo se provea de alimento. Por otro lado, la explotación de plantas para la elaboración de muebles y construcciones viene, desde entonces, siendo sistemática y en un ambiente, donde los procesos de crecimiento, dada las condiciones ambientales del espacio, requieren tiempo e impiden su rápida y oportuna reproducción, ha llevado a la deforestación y extinción de muchas especies, tanto vegetales como faunísticas en detrimento del propio ser humano, quien debe reconocer su espacio para garantizar su propia existencia.

Los aportes que han dejado los antiguos cronistas de indias de la región, refieren la existencia de una tribu aborigen numerosa y de un nivel de desarrollo que había logrado desarrollar una incipiente labor de ingeniería hídrica, al crear embalses que denominaron “bucos” así como canales de irrigación para suministro a sus comunidades y para la siembra de productos alimenticios aprovechando las aguas de lluvia y las corrientes de agua, tanto estacionales como permanentes, así como la construcción de “trojas” o casas especiales par el resguardo de alimentos que les facilitara vivir durante las sequías y los períodos de pluviosidad excesiva. El pueblo Caquetío, explotador y comercializador de sal y del cultivo de rubros agrícolas como el maíz, granos y cucurbitáceas, entre otros con las tribus vecinas, ocupaba todo el territorio conformado por la planicie costera del noreste de Venezuela, incluidas las islas vecinas de Aruba, Bonaire y Curazao, e igualmente los valles de la depresión que se encuentra al pie de monte andino y que hoy ocupa, además del estado Falcón, a los estados Lara y parte de Portuguesa y Barinas.

Este espacio geográfico está cubierto por un extenso bosque xerófito del cual Paraguaná es emblemático, la península cuenta una variabilidad topográfica que es dominada por el cerro Santa Ana (con más de 800 metros sobre el nivel del mar), las colinas de Monte Cano, con una altura que llega unos 250 mts y las tierras planas. En dichos espacios se contemplan varios pisos térmicos donde se encuentran en la parte baja, una vegetación herbácea y arbustiva, siguen espacios con árboles de hojas perennes que alternan con plantas xerófitas y árboles de hoja caduca y en el cerro, único que se eleva cual vigilante en la península originaria como isla del Plioceno, presenta plantas espinosas en su área más baja, le siguen, bosques de hoja caduca, un bosque de niebla, un bosque bajo antillano y en el tope, un páramo con plantas enanas, algunas de ellas, endémicas. De dicho cerro, pequeñas corrientes de agua, alimentaron por muchos años, a los poblados aborígenes en la región y de sus bosques xerófitos se nutrieron durante milenios, apoyándose también en los productos que les brindaba el largo litoral marino y de la fauna aviaria asentada en las marismas o manglares que formaban los pequeños ríos, quebradas o “nacimientos” –fuentes de agua naturales que aún brotan esporádicamente en algunas localidades de la península – las cuales sirvieron de soporte para la fundación de poblados a la llegada de los europeos.

Un cambio negativo trajo el proceso de colonización que se refleja en un detalle muy significativo en la población de este territorio al referirse despectivamente a la vegetación que domina este espacio como un “peladero”, lo cual infiere que no es nada productivo. Se despreció el ambiente primigenio y se ha llegado a un nivel de suplantación de flora con la introducción de plantas provenientes de otras regiones del planeta que amenaza, por invasivas, a las autóctonas de la región. Este factor ha llevado, en el tiempo, a desconocer los recursos que aporta al sistema ambiental del planeta el alcance de una vegetación cuyo proceso de exterminio acelera el proceso de desertificación. Es ejemplarizante que las mayoría de los fallecimientos en la tragedia del año 1912 en Paraguaná ocurrió en el istmo, un espacio cuyo crecimiento es de reciente formación – no es descrito en las crónicas indianas – por efecto de la deforestación que se inició en esa época para extracción de palo Brasil (Haematoxylon brasiletto) y otras plantas para usos textiles y madereros. Tal situación ha llevado a prácticamente la extinción y arrase de amplias extensiones que fueron gradualmente cubiertas por la arena del médano que atraviesa el istmo y en la actualidad su crecimiento destruye un golfete que actuaba como maternidad de muchas especies marinas que enriquecían al Golfo de Venezuela,

Solo la memoria oral, de algunas familias originarias de la zona, transmitida generacionalmente, permitió a muchos sortear la difícil situación que generó la sequía. “la gente llegó a comer suela vieja de zapatos, reptiles y roedores, rompiendo esquemas culturales para sobrevivir” Refiere el Cronista del Municipio Carirubana (de Paraguaná, Poeta Guillermo de León Calles) La necesidad les hizo recordar que existían los cocuyales -conjunto de plantas que en temporadas veraniegas les permitían a sus ancestros sobrevivir en circunstancias similares-, hecho que les garantizó la supervivencia con el apoyo de los productos marinos, cuya ingesta también se había reducido copiosamente. Los productos marinos, especialmente los moluscos y mariscos eran calificados de despectivamente como “grillos”. La población en gran medida suplantó los frutos del mar, cuyos restos petrificados informan del alto consumo realizado por las comunidades aborígenes desde tiempos milenarios, por una alta ingesta de carnes rojas como el chivo o el ganado bobino traído por los europeos y, un hecho grave fue el que se olvidaron de la agricultura y de toda la herencia ancestral desarrollada para garantizarse la provisión adecuada de agua y granos para los períodos críticos que el ambiente generaba en la región. Quienes perecieron o perdieron sus bienes desconocían esas propiedades que el entorno en el cual vivían pudo garantizarle. Se podría afirmar entonces que, ante el reemplazo de un modo de vida por otro diferente, no adecuado a la realidad ambiental donde se asienta una comunidad, es un factor negativo para la sobrevivencia y es, de una forma u otra, lo más significativo que generó esta tragedia nacional. Se despreció la cultura aborigen de habitar este semidesierto por considerarla atrasada o primitiva, incorporándole elementos ajenos al entorno, dando la espalda a una realidad comprobada por milenios.

ÁNIMAS DE GUASARE: ¿SOLO UN CULTO?

Las Ánimas de Guasare representan un valor cultural que implica lo histórico por cuanto se soporta en un suceso que marcó profundamente al estado. No existe un pueblo en Falcón que, de alguna forma u otra, no evoque este acontecimiento: la hambruna paraguanera del año 1912. Por tres o más generaciones el relato de la tragedia vivida durante el inicio de la dictadura del general Juan Vicente Gómez, donde miles de personas perdieron todas sus propiedades, familias y la vida, ha sido contado de quienes actuaron como testigos presenciales y preservados en el recuerdo de sus descendientes.

A través de la narración oral, estos cuentos han sido enriquecidos con otras creencias que explican vivencias y otros hechos inexplicables que los liga a espacios y lugares específicos, dando origen a otras formas de expresión cultural como esta de carácter religioso. Las personas que luego se transformaron en las Ánimas de Guasare sufrieron una muerte por sed, hambre y no tuvieron ayuda alguna para librarse de ese padecimiento. Habían perdido todas sus propiedades. Esta penosa situación vivida, de acuerdo a lo establecido en las creencias derivadas del cristianismo, las lleva a “purgar” con este tipo de muerte, cualquier pecado cometido y, por ende, se convierten en seres “puros”, condición básica para convertirse en unos “muertos milagrosos”

A partir de esta condición es fundamental que, al principio de una tradición como la estudiada, exista un núcleo inicial que la asuma con fe, de esta forma lo refiere el Pbro Numa Rivero en el prólogo del texto escrito por Eudes Navas Soto, primero que aborda en Falcón el tema de las Ánimas de Guasare, indicando que “… hubo personas del sector que se dedicaron a la devoción y culto de las Ánimas de Guasare”. Este núcleo inicial difundió gradualmente la devoción al repetir el relato y dar testimonios de sus milagros permanentemente, hasta hacer crecer la tradición que ocupó su espacio físico, materializado en la construcción de la capilla, que se hizo cada vez más grande de acuerdo al valor que le otorgó la comunidad con la cual se integró.

Aun cuando la iglesia católica, nos refiere el Pbro. Alfidio Caldera, Párroco de la Basílica Santa Ana de Coro (antigua Catedra), sólo establece tres tipos de culto: la adoración a Dios, como ser superior y a su condición trina: padre, hijo y espíritu santo. La Veneración, en primer lugar a María, como madre de Jesús y por su participación en el misterio de la redención; a este tipo de culto lo denominan Hiperdulia y por último, a los santos, la Dulia o veneración sencilla en reconocimiento a sus virtudes como personas que vivieron el evangelio, que lo asumieron y reflejaron con una conducta dentro de la fe, dando testimonio de ella en su relación con sus semejantes, el denominado culto a las ánimas es un Sacramental, que no es otra cosa que acciones o expresiones de fe que brindan un espacio para acercarse a Dios. Son mediaciones como las novenas, el rosario, que constituyen vías para llegar a la fe. La meta es sólo adorar a Dios, como eje de la religión, para llevar a un cambio de vida.

Las Ánimas o “muertos milagrosos” son tomados por la iglesia como instrumentos para la evangelización, por ser una forma de expresión de la espiritualidad del ser latinoamericano, dentro del cual aún perviven con mayor fuerza sus raíces ancestrales aborígenes que los lleva a “materializar” a través de objetos (imágenes de santos, ropa, placas, cadenas, medallas) su agradecimiento a favores puntuales recibidos, tanto de carácter espiritual como físicos.

Por otro lado, al incorporar sincréticamente rituales de la cristiandad como encender velas, colocar agua bendita –para que los muertos “la beban” y para tomar de ella para persignarse como símbolo de purificación- colocar flores y rezar las mismas oraciones que enseña la religión, se genera una tradición con carácter excepcional que trasciende este espacio territorial y llega a otros estados e inclusive, a otros países.

Las Ánimas de Guasare constituyen una vivencia religiosa que, sostiene el Pbro. Numa Rivero, “… no sólo afecta a la persona en su individualidad sino que es también una referencia obligada a la comunidad. El hecho religioso se historiza como vivencia comunitaria…” (Navas, Ob. Cit). De esta forma se convierten en un símbolo de identidad local. Es este valor lo que lleva a convertir a este Sacramental según la iglesia, Culto para sus creyentes quienes no esperan una certificación oficial para considerar “Santas” a las Ánimas, en un patrimonio de los falconianos, cuya puesta en valor, aun desde el plano religioso, les puede enseñar a respetar su ambiente, sus bienes culturales y afianzar la potencialidad de sus creadores.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

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ENTREVISTAS:

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