jueves, 30 de diciembre de 2010

La Hallaca Venezolana, algo de la palabra

Un nuevo tema para compartir....

LA HALLACA EN EL LENGUAJE Y LA HISTORIA VENEZOLANA
Ana María Montero
CNP: 4752

Un envoltorio de hojas de plátano (Musa paradisíaca, traída de África) sobre la cual se extiende una delgada capa de masa de maíz (Zea mays) coloreado con onoto (Bixa orellana), ambos productos aborígenes, y se rellena con trozos desfibrilados o muy picados de carne: gallina, cerdo, bovino y/o caprino; se condimenta con ajo, ajíes, cebolla, pimentones, perejil, cilantro y se adorna con aceitunas, pasas, ciruelas secas y alcaparras. Toda esta mezcla produce un delicado pastel en el cual queda reflejada la influencia europea, aborígen y asiática que integra a nuestra tradicional hallaca, reconocida por su olor, forma y textura. Ella es lo que mejor identifica en Venezuela a la temporada navideña. Una presencia especial que revela una forma de ser de este pueblo.

Sin esos ingredientes, que se reducen a su envoltura de hojas, la masa, el guiso y sus adornos como lo refiere Rafael Cartay (2003), no existe la hallaca. La hallaca es, por esa mezcla, uno de los elementos que mejor nos identifica como pueblo mestizo y único en esta región del continente.

Prima del tamal mexicano, peruano, colombiano, de las conkies noviembreras de Barbados y Trinidad, la hallaca tiene unos orígenes que la ubican definitivamente en nuestro territorio falconiano. El primer registro de la palabra, según José Rafael Lovera (1989) se ubica, utilizado como sinónimo de envoltorio, en Coro, en declaraciones tomadas al conquistador Juan de Villegas, durante el juicio de residencia que se le siguió al gobernador welser Ambrosio Alfinger en 1538.

Galeoto Cey, un ciudadano originario de la ciudad de Florencia, Italia, quien vino a esta ciudad con los Welser y fue cofundador de El Tocuyo entre 1539 y 1553, al regresar a su país escribió un relato que tituló "Viaje y Descripción de las Indias", en donde observó que una vez molido el maíz en piedra…”una india…lo hace masa, después hacen unas panelitas como pastillas de jabón y las envuelven en hojas del mismo maíz o de caña, poniéndolas a cocer en una vasija grande… … y a esta clase de pan llaman hayaca” (1992:23)

Otro registro en Venezuela corresponde a 1568, de Fray Pedro Aguado en su obra Recopilación historial de Venezuela y en otro proveniente de un encomendero de Barquisimeto en 1608, donde la voz da explicación de “tres hayacas de sal grandes”. (Cartay 2003: 26) En todo caso, la palabra se utilizó como sinónimo de envoltura, paquete o bojote, según lo refiere el doctor Angel Rosenblat (1974:141)

La hayaca, ayaca, allaca o hallaca no ha variado su acepción en lo que va de siglos, lo que no se ha determinado con certeza es su origen, es posible que sea una voz caquetía, tomando en consideración los lugares donde se dio uso a esta voz por primera vez. Sin embargo, en otras regiones se han encontrado acepciones similares como la voz “hayaza” que es referida por el padre Aguado en la obra mencionada, por lo cual no puede ser tomada esta teoría como totalmente cierta. Investigaciones posteriores dictaminarán la veracidad de tal planteamiento.

Lo que si está claro en nuestro país es su evolución en el tiempo: de simple envoltorio de masa, para pasar a convertirse en el delicioso pastel que hoy se conoce y que es sinónimo de navidad venezolana. Cartay en su libro "La Hallaca en Venezuela" hace una buena relación de esa evolución y del papel que inclusive ha tenido la hallaca en la historia nacional: Desde las nostálgicas referencias que Miranda realizó en Coro en 1806 a un vecino de la ciudad sobre las hayacas que consumía en casa de su padre en Caracas durante su infancia, hasta las comilonas del pastel al cual recurrió el General José Antonio Páez en 1831 para ganarse al indio realista José Dionisio Cisneros a la causa patriota.

Esta referencia indica igualmente que este plato no se consumía, como ahora, sólo en el mes de diciembre, sino que la delicia de su sabor y textura se asentó como algo especial para celebrar el nacimiento de Jesús, de allí que poco a poco se hizo obligante su consumo en esta época y así, desde el siglo XVIII el olor que mejor identifica en Venezuela la temporada navideña es el que se desprende de nuestra tradicional hallaca.

Consulta bibliográfica:
Cartay, Rafael. 2003. La Hallaca en Venezuela. Colección En Venezuela. Nª 1.Fundación Bigott.
Cey, Galeotto. Viaje y Descripción de la Indias. 1539.1553. 1992. Fundación Banco Venezolano de Crédito y Embajada de Italia. Colección V Centenario del Encuentro entre dos mundos.
Lovera, José Rafael. 1989 Gastronáuticas. Caracas. Centro de Estudios Gastronómicos CEGA.
Rosenblat, Angel. 1974 Buenas y malas palabras en el castellano de Venezuela. Caracas-Madrid. EDIME

jueves, 16 de septiembre de 2010

La gastronomía coriana


Un tema para compartir....

El Fogón Falconiano:
Breve historia

Lic. Ana María Montero Esp/ MSc

Los estudios gastronómicos en Venezuela son recientes. A través de los cronistas de indias, o de la narración de viajeros como Alejandro de Humboldt, puede obtenerse información sobre las tradiciones culinarias del país. Nuestros investigadores han considerado hasta ahora “secundario” abordar la historia o la ciencia desde esta perspectiva. Lo que persiste en el colectivo hasta ahora es la memoria oral de nuestras abuelas, quienes han transmitido por generaciones el arte culinario criollo. Son ellas quienes, afortunadamente han permitido desarrollar una obra importante en las últimas décadas. Muchas información se encuentra en los documentos que reposan en los archivos históricos lo cual ha permitido determinar que ya para el siglo XVIII "cronistas y administradores coloniales escribían una frase muy corriente en los documentos de aquella época: "Guisar a la manera del país" (Lovera, 1986), lo cual implicaba que existía una peculiar forma de cocinar, diferente a otras regiones del continente, pero no es hasta avanzado el siglo XIX cuando se empiezan a encontrar algunas personas interesadas en recopilar y dar a conocer la gastronomía nacional.

Uno de los primeros trabajos que se realizaron sobre este tema, fue escrito por Ramón David León a finales del siglo XIX. Es un inventario de unos sesenta platos, donde se describe su preparación titulado "Geografía Gastronómica de Venezuela", posteriormente, el doctor José Rafael Lovera, investigador de la Universidad Central de Venezuela, ha desarrollado un estudio sistemático sobre la gastronomía criolla desde 1988 que es referencia obligada en este ámbito del conocimiento en Venezuela. Otro investigador de la gastronomía venezolana es Armando Scannone, Ambos sostienen que el problema fundamental de la comida criolla que nos identifica, es efecto de una "fuerte cautividad cultural de las sociedades urbanas como Caracas, Valencia, Maracaibo, que han mirado siempre como superior lo que viene de Europa y más tarde, de Norteamérica" (Lovera, 2003). También sobre gastronomía criolla, es referencia obligada el investigador Rafael Cartay. A parte de ellos, algún que otro texto, desarrollado por historiadores, arqueólogos o sociólogos, obedecen a estudios puntuales, otro reflejo más de la indiferencia a estos temas, “poco relevantes”, pero no por ello muy significativos de la cultura de un pueblo.

La comida venezolana está signada por la laboriosidad de sus platos y ante la incorporación de la mujer al trabajo y por ser la depositaria principal de la memoria gastronómica, va desapareciendo, determinándose que "mientras en los años 40 el repertorio de los platos de una familia venezolana llegaba a 50, en los años 70 no llegaba a los 20" (Scannone, 2003). No sabemos cuánto se ha perdido al presente. Sin embargo, existen múltiples razones para conservar el aporte gastronómico criollo: "nuestra cocina tiene la virtud del mestizaje que se traduce en una mezcla armónica de sabores, olores, colores y valores nutricionales. Además, es una cocina que enaltece los productos de la tierra" (Cartay, 2003).

La gastronomía falconiana.

Al igual que en otras regiones venezolanas, nuestra muestra gastronomía está caracterizada por su territorio: "aislado durante mucho tiempo por las circunstancias del relieve... aún dentro de él coexisten varios paisajes, dos lo marcan: la llanura costera, presente a lo largo de frontera marítima... y la zona montañosa" (Cartay, 1999). En este espacio geográfico, especialmente en la región semiárida, la población aborigen desarrolló una cultura agraria donde "El cultivo del maíz en el marco de una agricultura intensiva, fue apoyado por sistemas de captación de lluvias (jagüeyes, bucos o presas) y de riego" (De Lima, 1999). Juan de Castellanos, citado por De lima, deja constancia de que en esta zona, al maíz le acompañaban otros alimentos como la batata (Ipomea batatas), la yuca (Manihot esculenta), el ají (de la familia Capsicum), la pesca, mariscos, la caza de venados, aves y conejos silvestres y actividades de recolección de frutos de la zona xerófita como el dato (Stenocerus griseus), la lefaria o breva (Subpilocerus repandus) , los buches (Mammi paria) y el cocuy (Agave cocui trelease), que entre otros frutos, marcaron la dieta de nuestros antepasados aborígenes. El uso de la sal y de conchas marinas, así como de otros productos, les permitió a los caquetíos, desarrollar intercambios con pueblos vecinos del Caribe y del interior del actual estado por otros productos para consumo. De este período reconocemos por los textos de Galeoto Cey, la existencia de un plato la denominada "pira verde" guiso actualmente elaborado a base brotes tiernos de vegetales como el ocumo (xantohosoma sagitifolium), yuca, la flor de auyama, apio (arracacia kanthorhiza), cogollos y vainitas tiernas de caraotas (phaseulus) y una pasta de maíz tierno molido, aderezado con hiervas aromáticas y ajíes, otros alimentos que revelan la influencia indígena. son el cují, (Prosotis juliflora) cuya vaina posee un alto poder nutritivo y es consumido en bebidas, molido y mezclado con el maíz en tortas o galletas y la pulpa del cardón (Cereus horrispinus) que ahora sólo consumen los animales de cría en época de verano y por supuesto la reconocida arepa.

Es un hecho que la conquista generó un cambio sustancial en la dieta local, con la traída de otros productos animales y vegetales, muchos de los cuales se arraigaron a la región. Entre ellos destaca el ganado caprino, el cual se incorporó al paisaje de la llanura coriana. El chivo fue traído por Cristóbal Colón en su segundo viaje (noviembre de 1493) a la isla de Santo Domingo, refiere el cronista Herrera y Tordesillas, citado por Cartay en su libro "El pan nuestro de cada día" (1996):

"Mandó el Almirante a embarcar muchas plantas de árboles, y como se ha dicho, cebada, trigo, avena, centeno y semillas de todas suertes: vacas, cal y ladrillo, y todo género de materiales (en las islas Canarias) se detuvo dos días, proveyéndose de agua y leña y ganados, como becerros, cabras, ovejas y ocho puercas... también se metieron gallinas y otros animales, y simientes de hortalizas".

Parte de estas especies fueron traídas a Coro desde Santo Domingo, posiblemente por el factor Juan de Ampíes, reconocido como el fundador de la ciudad y/o por los Welser, familia de comerciantes alemanes a quienes les fue concedido el territorio venezolano en pago por deudas de guerra contraídas por el rey Carlos III de España y V emperador de Alemania. De aquí se diseminaron estas especies hacia otras regiones del país y a Colombia. Nicolás Federmann, gobernador de Venezuela impuesto por los Welser, partió de Coro en 1530 con un cargamento de gallinas que dejó en el vecino país, donde se multiplicaron.


La conquista africana ya sabemos entró a nuestra América por tres vías, la primera con los propios españoles: Su territorio estuvo dominado por los árabes que penetraron por el norte de África y de ellos vino el uso de vinagretas y salazones para conservar los alimentos en los ambientes cálidos de la zona xerófita falconiana, con lo cual garantizaron el aprovechamiento integral de los especímenes animales de mayor consumo: chivo, cerdo, pescados y mariscos, la incorporación de frutos, ajíes y condimentos, hoy son característicos como platos que se encuentran como típicos de la región: el escabeche, plato elaborado en base de pescado frito en rodajas y colocado luego en una solución de vinagre y aceite, aderezado con pimentón, cebollas, ajíes, ajo, pimienta, nuez moscada y sal, guardada en frascos o envases herméticos de vidrio o cerámica. Igualmente se presenta el Selce: plato elaborado con la cabeza del cerdo cocida y luego cortada en finas tiras, aderezada de igual forma y envasada para su posterior consumo, así como otras. Más tarde el arribo de los africanos destinados a la esclavitud, provenientes de diferentes pueblos y de edades tempranas (la mayoría oscilaba entre los 15 y 25 años) implicó una acción “humanitaria” para garantizar su sobrevivencia, los tratantes desarrollaron acciones como el incorporar algunos alimentos de la dieta básica del África occidental como el ñame (Dioscorea alata) y el plátano, los cuales se adaptaron a las condiciones geográficas de la región y que se aprecia en la presentación de platos como el mote: crema a base de ñame ( también se elabora con auyama), igualmente el consumo de tubérculos triturados o en papilla, que se consume en la región montañosa del estado y de paso se llevaron el maíz para “acostumbrarlos” a sus usos y sabor. Hoy una de las mayores producciones de este rubro salen del continente africano.

La ingesta de carnes vacunas, caprinas y de gallinas en todas su formas de preparación: asado, guisado, asopados; el fideo, el arroz, el queso, la crema y otros alimentos que son apreciables en nuestra cocina actual, es la representación mediterránea más clara de esta presencia que dominó, como base cultural, la culinaria que hoy se ofrece en la región. Luego de la independencia, un buen sector de las familias pudientes de la región, que abrazaron la causa realista, emigraron a Cuba, Santo Domingo y España dejando abandonadas sus propiedades que luego fueron confiscadas por el gobierno republicano. Este procedió a su remate, que fue adquirido en gran medida por un contingente de familias judías residentes en Curazao o Aruba principalmente y que se trasladaron a tierra firme, acentuando la relación de la región con las islas fronterizas bajo dominio holandés.

Hay un elemento fundamental en el falconiano en esta relación con las Antillas Neerlandesas (Aruba, Bonaire y Curazao) antiguamente territorio caquetío. Al pasar a dominio Holandés, desde allí arribaron grupos de negros (de donde vino la tercera presencia africana en la región, desde el Caribe). Estos esclavos se hicieron libres al pisar el suelo coriano. Con estos negros libres arribó el "Manana" o “banana” guiso de chivo salado, arroz y plátano dulce, aderezado con canela, malagueta, nuez moscada y orégano y el funche entre otros. Más tarde con el arribo las familias judías, a finales del siglo XVIII y durante el siglo IXI. Otros gustos culinarios enriquecieron la cocina falconiana reflejada en platos como la "Bola de queso rellena con carne frita (bobina o caprina, pollo o camarones) desmenuzada, elaborado con queso tipo Edamer Kaas (o simplemente Edam) al cual se le extraía toda la pulpa y luego de introducirle la carne, pimentón, cebollas, aceitunas, pasas, sal y pimienta, se horneaba unos minutos para ir a la mesa y el consumo de ensaladas y vegetales cocidos (especialmente coles y lechugas)


La experiencia culinaria falconiana refiere una constante presencia de hábitos y costumbres culinarias que se incorporaban al saber colectivo: conjuntamente con el consumo del cocuy horneado que llevaban los arrieros a los pueblos serranos y al resto del estado Falcón, los granos de maíz cocinados con cal para la elaboración de arepas “peladas”, de pescados y chivos salados y adobados estos últimos con orégano y pimienta, la amplia producción de verduras y frijoles garantizaban una alimentación rica en fibras, que hemos perdido con el arribo de la industria de la refinación petrolera, a partir de la década de 1940. Desde entonces hemos visto sustituir muchas tradiciones culinarias al punto que muchos falconianos hoy desconocen muchos platos tradicionales.


Dulcería y bebidas

Al igual que en Europa antes de la llegada de la caña de azúcar, originaria de Nueva Guinea, en América se endulzaba con miel de abejas. Esta planta también fue traída por Colón en su segundo viaje a Santo Domingo y desde allí se extendió a todo el Caribe desde donde partió el primer cargamento azúcar para España en 1516.

De España vino gran parte de la técnica que se utiliza en la región para elaborar la dulcería que nos caracteriza, especialmente la elaboración de conservas de diferentes frutas a la cual se anexaron las que encontraron en nuestra región como la lechosa verde (Carica papaya), de piña (ananas comosus), de guayaba (Psidium guajara), palta o aguacate (Persea americana), entre otras. Es interesante la conserva elaborada con la concha cocinada y molida de la naranja que mezcla sabores amargos, picantes y dulce y la auyama entera acaramelada con melado de caña cocida en los trapiches serranos.


Destaca en la región los dulces elaborados a base de leche de cabra simples o rellenos con frutas autóctonas y con frutos importados durante la colonia que se aclimataron a la región como el limón, naranja y otros cítricos, plátanos, mango y también, producto de una notable influencia hispana la elaboración de budines, buñuelos, tortas y otros pasteles cuyo soporte es la harina de trigo, traída por los europeos. Es interesante la conserva elaborada con la concha cocinada y molida de la naranja que mezcla sabores amargos, picantes y dulce y la auyama entera acaramelada con melado de caña cocida en los trapiches serranos.

Como bebidas destaca el denominado carato (jugo espeso) de guanábana (Annona muricata), de guayaba, de maíz tierno fermentado, así como otros jugos de cítricos autóctonos como el semeruco (Malpighia punicifolia) de alto contenido de vitamina C.

La región no posee la costumbre de consumir dulces para acompañar la comida a manera de postre, sino como merienda a media tarde acompañada con bebidas como chocolate o café “guayoyo” o aguado muy dulce, jugos o “caratos” y también en fiestas o reuniones familiares. Como tradición para obsequio a visitantes y como tradición para compartir en familia durante las temporadas pascuales de Navidad o Semana Santa.

Estos dulces solían ser de fabricación casera aun cuando muchas veces, por razones económicas eran puestos a la venta como granjerías en las calles. En la actualidad es posible adquirirlos en tiendas especializadas y de su elaboración sólo se conoce por herencia familiar, como el dulce de limón entero cocido en almíbar o el bolo negro a base de ciruelas, pasas y frutas confitadas cocidas con papelón, marinado con ron o coñac por varios días.


La gastronomía local hoy

Parte de este patrimonio intangible que alimentó a la población falconiana hasta hace pocos años”, se ha perdido. Es poco frecuente que algún restaurante importante de la localidad presente en su menú una “pira verde”, un "cabrito al horno", o asado, sazonado con ajo, cilantro y orégano, tampoco es posible encontrar un "mute": sopa elaborada con las vísceras del caprino y verduras, a la manera de los cayos españoles y mucho menos, un “manana”. Pero mayor es su ausencia en la mayoría de los hogares de la región. La carencia de investigadores que profundicen el conocimiento de la gastronomía local y de una genuina difusión de este patrimonio intangible o inmaterial, aun presente en la memoria de nuestro pueblo y materializado en su elaboración, está amenazado y se amerita un proceso de rescate. Se requiere difundir este conocimiento y colocarlo en un lugar privilegiado pues constituye un valor fundamental para la identidad.

BIBLIOGRAFÍA:

Cartay, Rafael. 1995 El pan nuestro de cada día. Ediciones Fundación Bigott. Caracas.

- Urupagua, cardón, breva, tuna, cachinare, casigua...chivo. Revista Bigott. Nº 49 Abril-mayo-junio. 1999. Pags.:77-89.

De Lima, Blanca. 1999. Coriana. Texto del catálogo razonado de la exposición “Caquetío. Cerámica y Piedra”. Museo Diocesano “Lucas Guillermo Castillo” – Centro de Investigaciones Históricas “Pedro Manuel Arcaya” – Universidad Francisco de Miranda.

Díaz, Miriam. 2004. Programa Agave cocui. Ciencia y tecnología al servicio del hombre de las Zonas Áridas. FUNDACITE – Falcón.

Dituri, Rosanna, Septiembre 2003. Sabores para sentirse a gusto. entrevistas a Rafael Lovera, Amando Scannone y Rafael Cartay. Revista Dominical del Diario El Nacional.

González Batista, Carlos. 2001. Noticia histórica sobre el cocuy (agave cocui) en Falcón. Revista Croizatia. Vol. 2, Nº 3 enero-junio.

- 1994. Coro, donde empieza Venezuela. Ediciones de la Fundación Museo de las Ventanas de Hierro/ CAPACO, Caracas Paper Company. S.A. Maracay, Venezuela.

López Ortega, Antonio. 2001. Discurso de Instalación del II encuentro para la promoción y difusión del patrimonio folclórico de los países andinos. Santa Ana de Coro. Venezuela.

Lovera, José Rafael. 2001. Presencia africana en la formación de la dieta del venezolano. Memorias del II encuentro para la promoción y difusión del patrimonio folklórico de los países andinos. Santa Ana de Coro.

Lovera, Rafael y Scannone, Armando. 1986. La Cocina Venezolana. Editorial Salvat. Enciclopedia Conocer Venezuela, Tomo 6. Cultura y Folclor.

Wagner, Erika. 1991. Más de quinientos años de legado americano al mundo. Cuadernos LAGOVEN. Caracas.

(Pira Verde) Receta cortesía del señor Simón Sánchez Chirino y Señora Ramona Páez. Curimagua. Parroquia Curimagua. Municipio Petit,

(Manana o Banana) Receta cortesía del Señor Alí López Chapman y Señorita Séfora Ramírez (+) Coro.

viernes, 6 de agosto de 2010

El papel de la mujer en la sociedad caquetía

Petroglifo Cueva Chipare. Edo. Falcón. Fotogr. Camilo Morón
Un tema para compartir....
La iero (mujer) en la sociedad prehispánica de la región coriana
Lic. Ana María Montero N. Esp/MSc.
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Introducción:

En casi toda sociedad humana, con muy pocas excepciones, el aporte de la mujer ha sido condicionado fundamentalmente a dos valores: una por su condición gestora, luego, por su desempeño, a las actividades de supervivencia como cuidadora de las crías. Ello ha implicado el desarrollo de actividades agrícolas y trabajos manuales en función de la preparación y conservación de alimentos, así como de otros bienes para la protección familiar tales como la elaboración de textiles, cestería o cerámica, trabajo vital para todas las culturas, aun cuando se ha minimizado en el tiempo, hasta en la actualidad.
De este esquema general de organización humana no escapó la sociedad cacical caquetía y de otras etnias desarrolladas en la región centro occidental de Venezuela, donde el papel de la mujer fue secundario y determinado por la jerarquía tribal para asegurar el vasallaje y dominio de otros grupos cacicales ubicados en la región que hoy ocupa el estado Falcón, Venezuela. En el caso que nos ocupa, nos aproximaremos a esta cultura, a través de los objetos cerámicos que se encuentran en el Museo de Cerámica Histórica y Loza Popular de la Universidad Francisco de Miranda (UNEFM), de las representaciones en petroglifos ubicados en algunos municipios de la entidad muy particulares, y de las narraciones de los cronistas que abordaron ciertos aspectos conductuales de la sociedades caquetía, jirahara, ayamán y otras etnias aborígenes locales, que dan luces sobre el tema.

Mujer y divinidad.
Empezamos a reconocer la presencia de la mujer en estas tierras a través de las figuras que han quedado impresas en las decenas de petroglifos que se localizan en su territorio falconiano. Acaso uno de los más significativos sea el encontrado en la cueva de Chipare, municipio Colina, donde se representa lo que parece ser el parto de una mujer en cuclillas (posición semi sentada), una forma parto que muy utilizada por los aborígenes que fue narrada por los cronistas, y en este caso especial, el referido parece un parto de mellizos. Las figuras, un tanto afectadas por la acción vandálica de algunos visitantes, permite apreciar claramente el sexo femenino, usualmente representado por un triángulo invertido. También se aprecian los adornos que posee la figura en el cuerpo, cuyas significaciones pueden ser múltiples al punto de inferir la realización en dicha cueva de ritos mágico-religiosos para procurar la fertilidad,
La magia que trasciende en estas creencias dio paso para que en algunas tribus, como los Axaguas, el papel de la mujer llegara a niveles del sacrificio, siendo requerida su vida, en especial de jóvenes doncellas y vírgenes, que fueran “las más hermosas y mejor gestadas” según Oviedo y Valdés citado por Arcaya (1955) para aplacar los dioses cuando algún desastre meteorológico afectaba la localidad. No hay referencias de sacrificios humanos en las otras organizaciones tribales asentadas en la región. Pero en tal caso, el papel de la mujer en el terreno religioso o mítico ocupaba un lugar especial en estas sociedades primigenias.
Otra representación llamativa es la figura en la cual se encuentra simbolizadas las piernas separadas dando forma a un sexo femenino lo cual podría significar la trascendencia de este órgano a través del cual se origina y fluye la vida humana. Así como estas, otras figuras hacen representar a la mujer infiriendo que esa condición le debió permitir un papel importante en un tiempo, pero que luego debió marcar la diferencia al procederse a la distribución de las actividades en la medida que estas sociedades fueron avanzando pues, de acuerdo a teóricos marxistas, la mujer se fue constituyendo en el centro de reproducción humana para la guerra, la caza y para desempeñar las actividades domésticas y agrícolas, así como también como reproductora de la sociedad, pues como criadora, le correspondió formar e instruir oralmente en la cultura a los hijos, con el fin de incorporarlos a la vida activa que daba forma a dicha organización social.

Mujer y cotidianidad.
Tomando en consideración a Iraida Vargas quien plantea la concepción de la alfarería como un proceso de trabajo a través del cual se pueden inferir las relaciones de sociales con el objeto de trabajo y el grupo, lo cual se manifiesta a través de códigos comunicacionales que les brindan elementos para la integración, haciendo factible determinar las relaciones sociales entre los individuos. En el caso de estudio, se puede apreciar

“….en especial el papel jugado por las mujeres tribales quienes fueron las encargadas de realizar esa artesanía, destacando, así mismo cómo estudiando los códigos comunicacionales que en ella se expresan mediante un análisis iconográfico, podemos acercarnos a los conocimientos y saberes que tenía la sociedad a la cual pertenecían esas mujeres.” (2007)

Esta circunstancia, sostiene la autora, hace que la mujer se convierta en creadora de instrumentos y medios para el cumplimiento de sus funciones, permitiéndole

“reproducir ideológicamente la sociedad, mediante la elaboración de figurinas, idolillos y otras representaciones de deidades ligadas a la cosmogonía. La decoración de los recipientes, por su parte, hizo posible que las mujeres no solamente embellecieran sus superficies, sino que –fundamentalmente—pudieran representar códigos simbólicos … La alfarería constituyó … un campo donde las artesanas prehispánicas conjugaron distintos saberes: los referidos a su conocimiento del medio ambiente, combinados con modelos estéticos y representaciones ideológicas –manifestando- sus conocimientos sobre elementos naturales, como son los diversos tipos de arcillas, de antiplásticos y de pigmentos existentes en sus entornos, y dominaron un conocimiento especializado sobre los procesos físico químicos que debían llevar a cabo a fin de lograr la transformación de una materia plástica en otra dura, rígida e impermeable.
Para lograr los modelos estéticos, las alfareras manejaron determinadas nociones sobre volúmenes, siluetas, simetrías, contornos, equilibrio y colores, así como sobre las técnicas, plásticas o pictóricas, necesarias para embellecer las superficies de los recipientes, incluyendo un variado repertorio de instrumentos para realizarlas” (Vargas, 2007)

La cerámica elaborada, en el caso específico, por la “Iero” (mujer en Caquetío según Galeotto Cey) se caracterizó por ser un utillaje destinado a la conservación y servicio de los alimentos, para usos ceremoniales y también objetos para el adorno personal que se aprecian por su decorado plástico o pictórico. La finura del trabajo alfarero: grueso y burdo para la cotidianidad y fino y ricamente decorado para el servicio de alimentos y el uso ceremonial, son informantes de la alta sensibilidad para el ejercicio de una labor de primer orden. Igualmente destaca ese cuidado en la elaboración de objetos de uso en los detalles y labores desarrolladas para el acicalamiento personal, tales como collares, cinturones o pulseras de cuentas cerámicas en formas de disco, tubulares o redondas y el de piedras o huesos pulidos.
Integrante de un grupo social que ha sido reconocido como uno de los más avanzados del territorio que hoy ocupa Venezuela, El caso de los caquetíos destaca ya que fue una sociedad sedentaria, agricultora y pescadora, residente de la zona baja de los territorios que hoy ocupa Falcón, parte de Lara y que al parecer se extendía al sur hasta territorios de la actual República Colombiana. También las islas neerlandesas Aruba, Curazao y Bonaire fueron asiento de este grupo étnico.

La “Iero” caquetía y su sociedad.
Una de las características de esta agrupación tribal, vinculada lingüísticamente a la familia Arawak, fue el desarrollo de un incipiente sistema de regadío que le permitió sembrar y obtener excedentes como para intercambiar con las tribus vecinas y ofrecerles productos claves como la sal y sus objetos cerámicos. Para el logro de este objetivo comercial, establecieron pactos de convivencia donde la mujer, en especial la perteneciente a las jerarquías de las tribus, entraba a formar parte como elemento sellador, vía alianzas matrimoniales, de los mismos. La práctica de la poligamia fue común en los grupos caquetíos como en las otras etnias que poblaron la zona, ante lo cual, desarrollar convenios que implicaban el intercambio de mujeres bajo esa figura no era imposible. Los relatos dejados por los viajeros europeos a inicios de la conquista, indican además la presencia de una mujer principal en el caso de los caquetíos, determinada por su origen jerárquico. Se estima que este fue el mecanismo que mejor empleó el Diao Manaure, como denominaban al Cacique, para evitar ataques de las tribus como las belicosas JIraharas de la sierra y aún de otras caquetías, bien aceptando esposas u otorgando sus hijas en pacto a otros caciques de la región, para así alcanzar y mantener un desarrollo agrícola y un nivel de bienestar de su gente, admirado por los hispanos.

Este hecho determina que en la crianza de las niñas, la sociedad caquetía establecería unas pautas para garantizar el papel que debían jugar una vez llegada a la edad reproductiva. Refieren Oviedo y Valdés y Galeotto Cey citado el primero por Arcaya (1953) y el segundo por Lovera (1995) que las mujeres, al igual que los hombres andaban semidesnudos, portando ellas, una especie de “braga” o tela de algodón teñido en diferentes colores, denominados “Guainecos” o “pampanilla” que les cubrían el vientre, los genitales y los glúteos, y que se ataban con un cordel de hilo a la cadera, algunas veces adornados con cuentas cerámicas o piedras horadadas y talladas.

…“pero las mujeres que son doncellas e no ha conocido varón, e para que conozca su virginidad hacen así. Traen las bragas como las otras mugeres y echale al cuello una cuerda, y los cabos della tómanlos delante e crúzanlo en la boca del estómago, y desde allí el uno va a se atar al hilo de la cintura en el lado izquierdo o cadera, y el otro en la cadera e hilo mesmo de la cintura …-Y luego a la inversa-…y es tan cierta señal de ser virgen la moza o mujer que esta insignia trae, que indubitadamente ninguna otra la trae” (Arcaya,1953)

La importancia de la virginidad, en esta sociedad, refleja el tratamiento y el papel de la mujer como objeto de intercambio. Su virginidad antes del matrimonio, era garantía, para la sucesión, en función de mantener el poder y control ante el resto de las tribus que iniciaban una especie de confederación en torno a un cacique principal y sus descendientes (el Manaure o Diao), igual de importante debió serlo, para ocupar lugares preponderantes en dicha sociedad. Ello implicaría igualmente que, en la formación de la mujer se ahondara en el desarrollo de destrezas tales como el aprender a cocinar, elaborar piezas artesanales de cerámica, cestería y el hilar y tejer (procesando el algodón silvestre que se encuentra en la llanura coriana), para elaborar “maures” (telas o mantas) además de aprender a cultivar la tierra, actividades claves para asegurar el sustento familiar y de la propia tribu, según fuera el caso o responsabilidad adquirida y según su posición en la jerarquía cacical. Una actividad vital, especialmente, para períodos de guerra.
Este proceso no suele estar explícito en las narraciones de los “viajeros de indias” como bien describe a los cronistas y a los conquistadores el historiador Germán Carrera Damas, se extrapola de los textos donde se refieren situaciones o hechos que ilustran donde estaba colocado el papel de la mujer en las tribus aborígenes de la región, pero especialmente de los objetos que se encuentran en los museos locales.
Refiere Cey, (Lovera, obr. Cit) que las mujeres caquetías eran muy limpias y, a su juicio, más hermosas que los hombres, amigas de bañarse o lavarse constantemente, en especial durante su período menstrual o al momento inmediato después del parto, lo cual debió llamarle poderosamente la atención ya que en Europa el baño no ha sido muy cotidiano, ni aun ahora, en algunas localidades de dicho continente. Se trataban el cabello con hierbas, raíces y tierra para hacerlos cada vez más negros y se tejían dos trenzas al lado de las orejas, adornándolas con hilos de colores, enrollándolos luego en la parte alta o atrás de la cabeza. Refiere que todas llevaban collares de hilo vegetal con cuentas blancas y rojas – de barro- y piedras que se colocaban en el cuello, la muñeca y los tobillos. Se solían perforar las orejas y se colocaban gruesos colgantes de oro y collares en forma de ranas o águilas que solían usarlas en fiestas o ceremonias (que desaparecieron tras la conquista). Solo vestidas, por supuesto, con el Guaineco, tejido en colores brillantes y múltiples.
Los cuerpos solían cubrirlos con la tintura del bejuco de la Arrabidea chica M.B.K. para protegerse del sol durante las largas jornadas de labor o camino y también, como afrodisíaco para el amor, pintando también al compañero como parte del ritual del matrimonio o para agradar a la pareja, lo cual le daba a la piel un color almagre o rojo intenso y un fuerte olor. Igualmente la mujer se practicaba el tatuaje “pintándose diferentes labores o figuras” que luego tomaban una coloración verdosa. Formando todo ello parte de los rituales de embellecimiento a los cuales se sometía la mujer caquetía para lograr una plena aceptación en su sociedad. Estas acciones para el acicalamiento, narrada por Cey y otros cronistas indianos, dejan implícita que dicha sociedad establecía claros y específicos cánones de comportamiento a la mujer, sujeta a las condiciones que los padres o el marido le estableciera en la relación con la tribu.

La mujer Caquetía y el poder.
La mujer actuaba como reproductora de esas bases y queda explicita en el relato que ofrece Ampiés, fundador de la ciudad de Santa Ana de Coro, sobre su negociación con el Manaure. Aprovechando la coyuntura de haber comprado en Santo Domingo a una hija y un yerno del Diao, Cacique de Hurihurebo, así como de una hermana de éste último, provenientes de la península de Paraguaná, de donde fueron raptados por tratantes de esclavos, el factor los regresa a su tierra. De esta situación podemos apreciar varios hechos: que la compañera de este cacique, ocupante de un espacio territorial importante de la Península, con una alta producción salina fuera una hija del Manaure, es indicativo del papel sellador de la mujer en pactos de vasallaje como los antes descritos. Por otro lado, al ser estos familiares devueltos al Cacique Manaure, dio pié para establecer la relación de negocios y amistad entre el Diao y el factor español. Lo cual revela también, la alta significación de la familia para los caquetíos, quienes agradecidos por el gesto, mantuvieron los pactos acordados de palabra, al punto de aceptar la religión y el “legalizar” los matrimonios con la mujer principal, tal cual realizaron Manaure, luego llamado Martín, y toda su familia. El papel de una mujer principal queda subrayada al conocerse, años más tarde, a través de Nicolàs Federmann, quien refiere una conversación con una aborigen y que a todas luces el historiador Arcaya la identifica como la hija del Manaure, quien le explica la función que debió tomar a su regreso luego de ser regresada de Santo Domingo por Ampiès: “mover los naturales a favor de los españoles”. Solo una mujer de una condición social alta, en esta sociedad cacical jerárquica como la caquetía, estaba en condiciones de realizar tal acción.
De este episodio, Billa Torres Molina recrea en una crónica novelada la vida de Manaure, el Diao y de su hija, que la periodista denomina con el nombre de Judibana. Es un nombre ficticio, no hay referencias del nombre aborigen de esa hija del Manaure, solo se indica que fue cristianada con el nombre de Juana y su marido, el cacique de Hurihurebo como Fernán García. La obra, que ha creado todo un mito sobre la bravura y protesta de la mujer caquetía por el rapto sufrido y posterior esclavitud, fue para la escritora veleña “una estructura histórica que no pretendía ser científica y que fue posible gracias a la obra del eminente coriano Pedro Manuel Arcaya”, según lo deja expresar en la introducción de la Crónica Manaure el Diao, editada en 1994.

Referencias Bibliográficas
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Parte- Época Colonial. Tipografía La Nación. Caracas.

Escalante, Nancy (2009) El concepto histórico del cuerpo femenino entre los
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Lovera, José Rafael (1994) Relación de Viajes de Galeotto Cey. Biblioteca Nacional.
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Morón, Camilo. (2007) Manaure. Al Filo de la Eternidad y el Mito. Ensayo de
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Torres Molina, Bhilla (1994) Manaure, El Diao. Ateneo de Coro. Colección de
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Vargas, Iraida (2007) Las Mujeres artesanas y la reproducción de la ideología tribal,
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Encuentro de Investigadores de arqueología y Etnohistoria. Instituto de
Cultura Puertoriqueña. En Revista Venezolana de Estudios de la Mujer.
Diciembre.

Conociendo el mundo caquetío; Una sociedad prehispánica

Vasija Col. CIAAP-UNEFM.
Un tema para compartir....
Una visión desde la Nueva Museología:
APROXIMACIÓN A LA CULTURA CULINARIA ABORIGEN
DE LA REGIÓN CORIANA
(Presente en el Museo de Cerámica Histórica y Loza Popular de la Universidad Nacional Experimental Francisco De Miranda. Coro, Edo Falcón. Venezuela)

Lic. Ana María Montero.Esp/MSc.

ABSTRACT

This project has as objective Analyze the aboriginal culinary furnishing that are in the Historic Ceramic and Popular Ware Museum that belongs to Francisco de Miranda’s Experimental National University (Museo de Cerámica Histórica y Loza Popular de la Universidad National Francisco de Miranda MCHLP – UNEFM) and establish its relationship with gastronomical knowledge of coriana country. The analysis was based in theorical proposes by New Museology that shows changes in the traditional museum conceptions, which must attends the recognition demands in his own community to get stronger his heritage that identify the population with their lands so that promote the conscient participation in development processes.
With this project was intended to develop an analytic investigation about the objects in MCHLP – UNEFM that could be part of the cooking tools and, through the bibliohemerografic sources and experts consulting on knowledge and/or elaboration of foods, determinate its interrelation. On this investigation was detected the present presence of some aboriginal culinary preparation, which with the analyzed items, present a museological guide, as a model to develop subsequent studies and relations on the referred museum with intangible heritage on coriana country.


Key words: New Museology, Integral Museum, Gastronomy, Autotrophic, Furnishing, Culinary Aesthetics, Alimentary Patrimony.



RESUMEN


El presente proyecto tuvo como objetivo Analizar el ajuar culinario aborigen presente en el Museo de Cerámica Histórica y Loza Popular de la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda (MCHLP – UNEFM) y establecer su relación con el saber gastronómico de la región coriana. El análisis se sustentó en los aportes teóricos propuestos por la Nueva Museología que plantea cambios en la concepción del museo tradicional, el cual debe atender las demandas de re-conocimiento en la comunidad donde se asienta para fortalecer el patrimonio que identifica a la población con su territorio y así, promover una participación consciente en los procesos de desarrollo.

Se pretendió con el presente trabajo, desarrollar una investigación analítica de los objetos de las colecciones del MCHLP-UNEFM que pudieron formar parte de la utilitaria culinaria aborigen y, a través de las fuentes bibliohemerográfica y consulta de expertos vinculados al conocimiento y/o la elaboración de los alimentos, determinar su interrelación. En la investigación se detectó la presencia al presente de algunas preparaciones culinarias aborígenes con las cuales, junto a los objetos analizados, se propone un guión museológico, como modelo para desarrollar una exposición, así como subsiguientes estudios y relaciones de la colección del referido museo con el patrimonio intangible de la región coriana.

Palabras claves: Nueva Museología, Museo integral, Gastronomía, Autótrofo, Ajuar, Estética Culinaria, Patrimonio Alimentario.


INTRODUCCIÓN

Descubrimientos arqueológicos en todo el territorio nacional y especialmente en la región coriana, revelan los equipamientos creados por los grupos aborígenes para uso culinario: ollas, platos, boles o tazas para elaborar sus alimentos entre los cuales se destacaban las preparaciones a base de maíz, yuca, cocuy y otras raíces que se acompañaban con la ingesta de carnes producto de la cacería.

Los diversos estilos creados por nuestros aborígenes, para elaborar sus artefactos culinarios brindan una idea de su estética gastronómica, la cual es reportada también por los cronistas de indias y que, en el caso referido especialmente al espacio que hoy ocupa esta región, describe ampliamente un expedicionario de la época, el florentino Galeoto Cey, en su relato Viaje y descripción de las Indias (1539-1553). Texto que ha sido recopilado en un libro escrito por el historiador José Rafael Lovera, editado por la Embajada de Italia y una institución bancaria venezolana, donde el viajero también hace referencia a la preparación de algunos alimentos que aun persisten en la dieta de algunos pueblos falconianos.

Muchos de los enseres culinarios creados por los aborígenes asentados en la región Coriana se encuentran resguardados en el Museo de Cerámica Histórica y Loza Popular, (MCHLP) ente adscrito al Centro de Investigaciones Antropológicas, Arqueológicas y Paleontológicas (CIAAP) de la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda (UNEFM), pero han sido poco estudiados a la fecha.

DESARROLLO

El antropólogo francés Claude Levi-Strauss, citado por Lidia Samar en su ensayo (s/f) La Evolución de la Cocina, plantea que a partir del descubrimiento del fuego, los seres humanos desarrollan todo un conocimiento para garantizar la conservación de sus alimentos, que les permite determinar la existencia de tres estados en los cuales estos se le brindan. El siguiente gráfico ilustra las etapas de todo un proceso, donde es lo cocido lo que le ha inducido a la creatividad:



Crudo

Cocina Nevera
Cocido Nevera podrido


Aun cuando el análisis del antropólogo corresponde al presente, refiere que en el tiempo la técnica de cocinar y la tecnología han motorizado la elaboración de los artefactos para facilitar la preparación de los alimentos y su conservación con el fin de retardar el proceso natural que lleva a los productos al último estado del triángulo culinario.

La comunidades amerindias, al igual que todos los pueblos, una vez descubierto el fuego, se convirtieron como todos los grupos humanos en autótrofos. El chef brasileño Alex Atala, especialista en culinaria amazónica, amplia el triángulo de Levy-Strauss al manifestar que a lo “crudo”, lo “cocido” y lo “podrido” se le debe agregar lo “tostado”, lo cual fundamentaría el desarrollo de la técnica y la tecnología que ha estudiado en los pueblos indígenas que habitan en la actual selva amazónica brasileña, venezolana y peruana, que mantienen valores culinarios que fueron compartidos por otras etnias aborígenes del continente. (Revista Exceso. Cocina y vino Nº 53).

Nuestros aborígenes elaboraron sus técnicas culinarias entre las cuales destacan el ahumado en barbacoas; el asado directo o indirecto envolviendo en hojas el alimento principalmente carnes y pescados; el hervido; el secado al sol y el horneado. El desarrollo de cultivos de maíz, algunas gramíneas, tubérculos y cucurbitáceas, entre otros, productos de los cuales no solo aprovechaban sus frutos, sino otros componentes de las plantas tales como hojas, flores y raíces, les llevaron a desarrollar espacios para el almacenamiento (trojas) y también aplicar el tostado y secado de granos para su conservación. Un aspecto importante es que, aun conociendo la existencia y uso de aceites derivados de algunos animales como la tortuga, las boas (Constrictor constrictor) cuyas carnes consumían y otros vegetales oleaginosos, desconocían la fritura de alimentos. Estas grasas tenían, y aun conservan, un fin curativo.


Desarrollar el proceso de cocción y conservación de alimentos fue posible con la creación de instrumentos que les sirvieron a ese propósito: ollas, vasijas, vasos, tinajas, botellas y otros objetos elaborados con arcilla y adicionalmente dieron uso a fibras vegetales para elaboración de canastos, cestas, madera, conchas marinas y especialmente piedra o lítica, para apoyarse en el proceso de raspado, corte, trituración y desmembramiento de los productos a consumir, muchos de los cuales se han localizado en yacimientos explorados a lo largo del territorio que ocupó la región coriana, donde la recopilación de cerámica neoindia es significativa para explicar la forma de vida de nuestros pueblos ancestrales.


Matheus (1991) explica en el informe de avance del proyecto Survey arqueológico de la región nororiental del estado Falcón, inédito que:

… en todos los demás sitios neo-indios, el material cerámico se presentó asociado con instrumentos líticos (hachas pulidas, yunques, manos de moler, metates cóncavos, percutores, lascas retocadas por presión, raederas, majadores…) y de concha (hachas, cuentas…); restos osteológicos y malacológicos, evidencias de comida y de un patrón alimenticio basado en actividades de recolección, de caza y pesca. (Ob. cit :19).

Matheus expresa en el texto citado, sobre los objetos encontrados en el estudio arqueológico, que encontraron dos grupos de cerámica de acuerdo al grosor de la pasta “con una división muy clara, evidente entre “loza fina” (menos de 6mm. de espesor y de “loza ordinaria” (con espesor superior a los 7mm.)”

En el primer grupo se encuentran los tiestos decorados en donde se incluyen cuencos o escudillas de base anular sencillas y caladas, altas o bajas; botellas; tazas; micro vasijas con patas multípodas que pudieron tener un uso para servicio “de mesa” y/o prácticas funerarias, y tinajas entre otros instrumentos. Matheus hipotetiza que estos objetos decorados con base tendrían como objetivo funcional, además de lo estético, el “liberar las manos en el acto de la ingesta alimentaria, cuestión que no podría suceder con una vasija de base convexa, de escaso equilibrio y estabilidad y que, necesariamente debía asirse”. (Idem)



Por su parte, las piezas “utilitarias” de mayor grosor, estaban destinadas a retener líquidos y sólidos (ollas, platones y tinajas). Un factor importante para determinar el uso y una aproximación a la estética culinaria de nuestros aborígenes la aportan sus métodos de manufactura, el acabado de las superficies, el reforzamiento de los fondos, la decoración y la morfología de las piezas.

La manufactura tiene que ver con el método de elaboración de las piezas, en la cual aplicaban el método de unión y superposición de “rollos”, determinado en los restos de material; en la cocción realizada en una atmósfera oxidante en hogueras abiertas al aire libre y al tipo de pasta utilizada.

Las cerámicas encontradas en los diferentes yacimientos neoindios de la región presentan una característica determinante que especifica su uso y es la presencia de los anti plásticos: arena, utilizada en la loza que Matheus califica de “fina” y otra que es utilizada para el uso culinario: la concha fósil del caracol Strombus Gigas, de la ostra de mangle Cassosticea linee, sp y también del caracol melongena melongena, cuya constitución básica es el carbonato de calcio. En la actualidad estas ostras y caracoles fósiles reciben, aun en el presente, el popular nombre de “guarataro”.

Eso es determinante. Las vasijas hechas con fines utilitarios necesitan ser porosas, blandas y no duras para garantizar una mejor cocción, garantiza una mejor penetración del fuego y a la vez son hidroceramos, con fines de retención del líquido. El agua penetra la pieza y forma una capa de humedad y esto hace que el viento enfríe el agua. Para eso utilizan agregarles guarataro, conchas fosilizadas (Duran, 2008).

En el Museo se encuentran muestras de loza “fina” y “ordinaria”, sin embargo, en las colecciones observadas es posible ubicar además, algunas “finas” con restos de humo y grasas efectos de la cocción de alimentos que pueden ser calificadas por Matheus como de “servicio de mesa”, lo cual indica, que los mismos tenían doble uso: servir, pero también cocinar. Las mismas poseen el componente arriba indicado: Carbonato de calcio. Este hecho destaca que no solo las piezas “ordinarias” tenían un uso exclusivo para cocción de alimentos.

Sobre el acabado de superficie, refiere Matheus, la presencia del carbonato de calcio puede apreciarse como puntos blanquecinos, “en algunos casos con evidencias de descarrilamiento (cuando hay exceso) y pequeñas toteaduras del engobe y pseudo-engobe” (Matheus, Ob. Cit) También se aprecia en la “loza fina” la pulitura o el bruñido, mientras que en la loza ordinaria el alisado es horizontal, evidente por sus estrías, imperfecto, tosco y de textura rugosa.

Una característica es el engobe o pintura, blanco o rojizo, aplicados en la “loza fina” tanto en el anverso como en el reverso. Las piezas se pintaban, básicamente apoyándose en óxidos que muestran una gama de rojos, negros, cremas y blancos, apreciándose dibujos que repiten formas geométricas o de figuras humanas o animales.

Es significativa la presencia de una especie de “cataplasma” de barro en el fondo exterior de las vasijas u ollas destinadas a la cocción, realizadas para reforzarlas ante el efecto del fuego o de las piedras de sostén del fogón (topias) que eran adheridas, presionadas con tusas de maíz, redes de pesca o tejidos vegetales para compactarlas y soportar el calor.

También debe destacarse la presencia de pequeños orificios en los bordes o patas huecas de vasijas mono o multípodas, los cuales sirven para eliminar gases que, por efecto del fuego pueden hacer explotar las piezas e igualmente, servir de elementos para colocarle cuerdas, especialmente en los bordes, para cocinar sobre el fuego, evitando su contacto directo.

Desde el plano morfológico, la mayoría de las formas se inspiran en la esfera, aun cuando se encuentren objetos ovoides, antropomorfos o zoomorfos. Estas formas geométricas se encuentran en los cuencos (grandes y pequeños), ollas, tinajas, botellas y budares. Es escasa la presencia de platos llanos en las colecciones, lo cual indica el uso práctico de los cuencos o vasijas podálicas, para depositar en ellas los alimentos asopados o secos, indistintamente y también botellas con o sin formas, para portar líquido o semillas.


Un aspecto importante a señalar es el uso de la lítica, desconocedores del uso de metales fuertes: hierro u otros similares. Los aborígenes en la región coriana utilizaron la piedra o lítica para elaborar instrumentos de apoyo a sus actividades diarias.

Trabajar el material lítico requería de un mayor esfuerzo para su adecuación a las labores cotidianas de corte, despellejamiento y manejo de los productos alimenticios. Los aborígenes habían logrado desarrollar un equipo que se aprecia era utilizado tanto para el uso cotidiano: doméstico y para la caza (y posiblemente para la guerra).

Durante el período neoindio, los instrumentos líticos reducen su tamaño en comparación con períodos anteriores, pero mejoran su efectividad. Al pulir la piedra esta se hace más certera en su uso y es posible encontrarla agrupada entre sí formando, aparte de hachuelas individuales, en una especie de “cuchillos” de diferentes tamaños, asociadas a otros elementos como maderas para una mejor sujeción o manejo. Los cortes para enmangamiento o amarre de las piedras trabajadas, lo confirman. Los metates o piedras de moler, presentan también formas ovoides o ligeramente triangulares, también con pulituras en sus bordes que indican un refinamiento estético que se aprecia también en los yunques o piedras destinadas a triturar conchas o huesos, y especialmente en mazos o majaderos, algunos decorados con figuras mas acabadas de animales, también utilizados ceremonialmente y como arma de guerra, todo lo cual complementa el ajuar culinario aborigen.

Otros instrumentos que se ubican son conchas de caracoles y ostras con las cuales se forman también cuchillos, raspadores, asociados a restos óseos marinos utilizados, presumiblemente, para descamar peces o cortarlos para su secado, ahumado y posterior consumo.

La presencia de objetos cerámicos decorados con pintura y con aplicaciones e incisiones en cuencos con bases anulares, con “patas” (envases trípodes o multípodas) y de ollas reforzadas para la cocción decoradas, dan luces de una búsqueda de la belleza, relacionada con la función primordial de cocinar, esto indica como “Importante, la representación de la cotidianidad en su sentido estético, por ejemplo cuando se aprecia la reproducción de la forma de la yuca en la elaboración de estos envases multípodes”. (Duran, 2008), e igualmente, en la representación de la fauna, la flora y la figura humana, en general, el cosmos que les rodeaba, apreciado también en la elaboración de algunos majaderos considerados como ceremoniales, que no niegan un doble uso en las actividades cotidianas, dada la practicidad reflejada en la elaboración de sus piezas de cerámica, que bien pudieron servir para triturar huesos, conchas marinas, de tortuga, tallos y otros tipos de alimentos para el consumo diario.

El cuidado en los procesos de elaboración de los objetos tanto cerámicos como líticos reflejan también la organización de las sociedades aborígenes de la región, quedando la estructura jerárquica de los cacicazgos representados con la presencia de objetos profusamente decorados y de dimensiones algo mayores a los cotidianos o de uso común.
Los instrumentos creados por los grupos amerindios en esta región del país y sus modos de alimentación, sin cubiertos, solo con las manos y boca, lamiendo o aspirando los alimentos directamente de los cuencos, permite determinar que el acto de alimentarse fue un proceso de integración y de socialización, situación que describe despectivamente Cey en el texto ya citado: “…comen en el suelo con las manos chupan y hozan como puercos” (Cey, en Lovera, Ob. cit), no reconociendo, ante las diferencias culturales, el referido proceso social de degustación de los alimentos.

El conocimiento de la cultura aborigen se reconstruye de los restos de material cerámico, lítico y de otros instrumentos creados por los aborígenes que se asentaron en la región y de la interpretación en el tiempo, de las reseñas y dibujos aportadas por los cronistas europeos que arribaron a la región en el siglo XVI.

Son pocos los objetos que se conservan completos para ilustrar todo el proceso de vida de estos pueblos prehispánicos. Sin embargo, el trabajo de los arqueólogos y antropólogos del CIAAP han permitido determinar, gracias los restos y las pocas pero significativas piezas encontradas, la forma de ser de las organizaciones humanas asentadas en la región coriana antes del arribo de la civilización europea y medir el alcance y permanencia de nuestros aborígenes, a pesar de las acciones que se impusieron sobre ellos luego de la conquista y la colonización.

La reconstrucción de objetos se ha realizado no sólo a través de la restauración sino también mediante la graficación que brinda, aproximadamente, una imagen integral de lo que pudo ser el objeto y su significación originaria. Entre las piezas seleccionadas para una posible muestra museológica destacan cuencos o vasijas, boles, ollas, tinajas, pimpinas, vasos, entre otros; que han sido trabajados para ilustrar sus formas y con ello, los usos que hubieron en su tiempo, como los presentados a continuación:

La practicidad y el goce estético en las comunidades aborígenes en la elaboración de sus instrumentos para la cocción debió ser también, como lo es en tiempos recientes, estímulo para la preparación de alimentos como la arepa, hallacas o bollos, tal cual se conocen actualmente; los asopados como la “pira verde” y granos; las carnes asadas en barbacoas aderezadas con hierbas y especialmente ajíes picantes a manera de guiso o secos, los cuales, según refiere Wagner (1972) pudieron ser servidos en pequeñas vasijas multípodas, en cuyo diseño se observan salidas que parecen acondicionar la salida de líquido o la salsa en pequeñas porciones. El uso de picantes en la comida aborigen tuvo una intensión similar a la europea con la pimienta y otros condimentos: “ocultar” el hedor de las carnes descompuestas a pesar del ahumado o el secado.

Se agrega a la ingesta aborigen los granos tostados, estos últimos para las salidas de cacería o guerra los cuales se consumían enteros o molidos, de esta forma se preparaban en agua a manera de atoles (“gachas” o “piras”) a los cuales se les endulzaba con miel y la ingesta de raíces cocidas y trituradas. También se elaboraba el “masato” que se consumía fermentado. (González Batista, Carlos. 2007).

Un elemento que fue notable en la alimentación aborigen fue la práctica de la geofagia, consumo de tierra, la cual explica Duran (2008), “mezclan con conchas marinas, también molida y luego tostaban en el fuego para llevárselas y alimentarse mientras cazaban, marchando así ligeros de equipaje. Lo que llevaban era calcio” Esta práctica, sostiene, aun se practica en lugares muy apartados de la zona semiárida falconiana. También este barro, se trituraba y mezcla con los frutos frescos del cují, para elaborar una especie de galletas o pequeñas bolas para se consumidos en tiempos de escasez o en veranos, tiempo durante el cual también se buscaba la raíz del cocuy, que era horneada a la usanza que aun se mantiene para elaborar el licor de cocuy pecadero.

En Falcón hay presencia aun de la caza como fin de sobrevivencia como en tiempos prehispánicos: se cazan y consumen conejos, iguanas, boas, venados, aves, y otros animales autóctonos para buscar proteínas y se ingieren en sopas o guisos aderezado con hierbas, ajíes dulces y picantes en salsas y con otros condimentos traídos del continente euroasiático y con el acompañamiento de verduras y tubérculos como la yuca, el apio o el ñame integrándose en un caldero intercultural. Los alimentos cocidos en ollas, primero de barro, luego de hierro y ahora en acero o aluminio, algunas de las cuales presentan decoraciones seriadas propias de nuestro sistema de producción actual, refieren los gustos estéticos del momento, como en el pasado los trabajos en relieve, pintura o incisiones de las ollas representaron los gustos estéticos de los pueblos aborígenes de la región.

También se ingiere el maíz, pelado con cal para elaborar arepas o el bollo (hallaca) envuelto en las hojas de la mazorca. La cal juega un papel importante para debilitar la concha dura que protege al grano que, una vez cocido, puede ser triturado, antiguamente en metates piedra, luego en molinos manuales o mecánicos. En la actualidad el maíz se presentan en forma de harina precocida. Una preparación que se mantiene como derivado del maíz es el “fororo”, elaborado con maíz tostado y molido, endulzado y al cual se le agrega leche, cuya preparación parece remontarse a tiempos prehispánicos según refiere en el análisis que, del relato de Cey, realiza José Rafael Lovera (Ob. cit)

Las “piras”, nombre que identifica a las sopas o guisos de caraotas, es tradición en los hogares falconianos en su ingesta semanal. La preparación de la “pira verde” en algunos hogares serranos para su consumo en ocasiones especiales, a las cuales se les agregan trozos de carne de cerdo o de “cochino de monte”, ya no marinados o fermentados como lo refiere Cey, se mantienen en la cocina tradicional, de la cual se preparan grandes ollas para compartir.

La preparación de pescados y cerdos a la vinagreta, (el escabeche y el selce o Celse) y la costumbre de “agriar” las sopas o preparados de vísceras (mondongo o mutes) y los pescados, principalmente, con jugo de limón, puede ser interpretado como una reminiscencia de la costumbre para comer alimentos acidificados como consecuencia de su fermentación. (González Batista. 2007)

El gusto por las carnes asadas a las brasas, cuyo máximo representante en la actualidad es el chivo, acompañado con yuca dulce salcochada, “picantes” u otras salsas para aderezarlo al servirse, forma parte de una costumbre que pervive en la comida tradicional criolla.

Los sistemas para “hornear” en tierra, apoyados en el calor que ofrece la piedra para cocer raíces está presente en la elaboración del cocuy, lo cual en la actualidad forma parte de un proceso para la destilación del licor de igual nombre, pero que es utilizado también para consumir como alimento, sólo o mezclado con maíz en la tradicional arepa, así como también las flores de la planta que se preparan como encurtidos para el consumo directo o acompañamiento y aderezo de otros guisos actuales a base de carne.

En el presente ha sido posible encontrar igualmente supervivencias importantes de las formas de comer y conservar alimentos pasados. En algunos lugares en el curso medio y bajo del río Pedregal y cerca de la población de Mitare, hay lugares donde no se consiguen ni tunas:

Pero hay algún Cují en ese paisaje, del cual la gente colecta las vainas cuando fructifica, y la llevan a las arcillas cauliniticas, las mejores donde hacen sus vasijas. Si les queda un poquito de agua, la mezclan con la tierra y con la mano de moler, en el metate, a unen junto a la arcilla y fabrican un dulce. Esa pasta las recogen en vasijas y en momentos de carencia las consumen. Esa es una práctica de geofagia y que informa sobre la existencia de hechos pasados, pero también, del abandono al cual tienen sometida a mucha gente en este país. (Duran, 2008).


Gran parte de la vajilla aborigen se ha perdido, quedando relegada en algunos poblados del interior del estado. Sobreviven las tinajas, las ollas pintadas y con ligeras incisiones en los bordes, jarras, pimpinas y vasos, elaboradas por artesanos para uso doméstico. Al igual que el budare cuya función se mantienen para elaborar el pan tradicional: la arepa. Construido con otros materiales: de hierro, aluminio y artefactos eléctricos creados para un alimento que es, en la actualidad un símbolo de la idiosincrasia venezolana de la cual muchos hemos olvidado su origen e importancia, negando así un auténtico reconocimiento a sus creadores y usuarios ancestrales.





RECOMENDACIONES Y CONCLUSIÓN

Recomendaciones:

Rescatar el valor depositado en los objetos de las colecciones estudiadas, para dignificar a los pueblos aborígenes que vivieron y crearon una civilización con costumbres, ritos, ceremonias y valores propios que los identificaron con una forma de ser particular y única, es una responsabilidad que el Museo de Cerámica Histórica y Loza Popular de la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda debe asumir como responsable de una colección de objetos representativos de una cultura de la cual somos descendientes. Es una misión obligante para coadyuvar en el reconocimiento de nuestra la interculturalidad de pueblo mestizo, creador de nuevas formas de vida para la sobrevivencia y la coexistencia.

Cumplir esta meta implica que la Universidad defina cabalmente su política de difusión destacando la institución museal, como parte de su función de investigación y extensión. No existe de un plan definido para la labor emisora de los trabajos de investigación que se han adelantado en el CIAAP. El MCHLP es una unidad de difusión de este centro, entidad que sufrió un rezago importante en sus planes de investigación lo cual afectó lógicamente al museo limitándolo, administrativa y operativamente, en su campo de acción. Tal carencia conlleva a que MCHLP no disponga de personal calificado para la investigación y el manejo de las colecciones, así como de herramientas y equipos adecuados para la conservación de los bienes que custodia. Esto se aprecia en hechos como el que no todas las piezas están registradas en los libros de inventario y de paso los registros existentes presentan fallas en las descripciones de los objetos. Es grave la situación por el manejo inadecuado como se ha llevado el resguardo de las colecciones: objetos no identificados, desubicados y museológicamente mal tratados.

Es necesario proceder a un arqueo general de las piezas, confrontarlas con los registros existentes, re-inventariar las colecciones y re-clasificarlas. También es necesario crear una metodología que unifique los criterios de catalogación de las piezas arqueológicas que facilite la lectura y los análisis de los objetos. Ello implica contratar personal calificado.

Es necesario, aprovechar los espacios, tras los trabajos de restauración del edificio sede, para una adecuada ubicación de bóvedas o salas de depósito para el resguardo adecuado de las colecciones, hacer funcionar nuevamente el área de restauración, el laboratorio y de otros espacios para la presentación de exposiciones permanentes o temporales, charlas, foros, talleres y/o conferencias que dinamicen el lugar, desaprovechado totalmente a pesar de ubicarse estratégicamente en el área histórica incluida por la UNESCO en la lista de sitios patrimoniales de la humanidad,

En el futuro, sería conveniente dejar el edificio sólo como área expositiva y construir, aparte, las áreas para resguardo (bóvedas), oficinas y laboratorios para restauración y estudio de las colecciones, biblioteca y otros anexos. Por la delicadeza de las piezas se sugiere el área situada en la parte posterior del Balcón. De esta forma se evitan grandes desplazamientos minimicen los riegos de roturas o pérdidas de piezas cerámicas únicas, algunas con una data que pueden pasar los tres mil años de antigüedad o líticas de once mil o mas años de existencia.

Conclusiones:

Como conclusión se presentó un proyecto expositivo, sobre la colección de cerámica prehispánica del neoindio que posee el Museo, originario íntegramente de la región coriana, como modelo de labor a desarrollar dentro de un plan de investigación, promoción y difusión del Centro de Investigaciones Antropológica, Arqueológicas y Paleontológicas de la UNEFM.

Presentado bajo una didáctica analógica, la cual permite procesar comprensivamente información de un alto nivel de abstracción mediante su correspondencia con conceptos cotidianos contrastando dos tiempos, el actual con el pasado, permitirá informar al usuario o visitante lo que ha sido el desarrollo de la culinaria en la región y es una forma expedita para abordar el estudio de las colecciones del MCHLP.

La propuesta está dirigida en una primera instancia a la comunidad universitaria custodia de estos bienes, a los fines reconocer la universalidad del conocimiento que está depositado en cada objeto de la colección.

La propuesta es extensible igualmente a la comunidad inmediata al MCHLP: los Barrios Pantano Abajo, Centro o Casco Histórico, Barrios San Nicolás, San Antonio, Curazaito, La Guinea y Las Panelas.

En una tercera instancia a los niños, niñas y adolescentes de los centros educativos del Estado. Y por último, a los turistas. La muestra sería acompañada con la organización de foros, conferencias y degustaciones que puntualicen temas afines a la exposición.

El guión sigue las Normativas Técnicas para Museos, establecidas por el antiguo Concejo Nacional de la Cultura CONAC, aun vigentes y cuenta con el siguiente hilo conductor:

A través de la presentación de una cocina tradicional actual, presentar el utillaje diario que se utiliza en la actualidad de clara influencia aborigen (ollas de barro, cuchillos de cortar, majaderos de piedra o madera, budares eléctricos, y otros con productos de origen prehispánicos derivados del maíz, frutas, verduras y productos cárnicos de origen marino o terrestre que luego se contraste, con una representación de la cocina aborigen, sus utensilios, modos de cocción y preservación, su estética, a los fines de hacer conocer su nivel de organización social, desarrollo tecnológico y estética.

La propuesta es sólo una lectura museológica de la colección de loza y lítica prehispánica del Museo, la cual se constituye en un eje trasversal para, más adelante, profundizar en el análisis de la estética aborigen y sus relaciones con otros grupos étnicos del ese período histórico. Igualmente puede ser base para analizar sus mitos, creencias, organización social y otras interpretaciones que nos permita apreciar una cultura ancestral que puede darnos luces para re – valorarnos ante el resto del planeta.

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Amm/2009.