sábado, 14 de abril de 2012

MEMORIAS DE UN GALLERO. Recuerdos de mi padre





A manera de introducción:

La realidad tiene muchas vertientes para ser interpretada. Cada ser humano tiene una percepción que, sujeta a sus experiencias, le permite analizar y entender su vida y la de sus semejantes. Esta percepción muchas veces se pierde pues son muchos quienes las cuentan pero pocos quienes se ocupan de recopilarlas y contarlas y menos, escribirlas. Motivado por quienes lo acompañaron en los últimos años de su vida, este venezolano común, con una vivencia de casi cien años, se dedicó a escribir su experiencia de vida durante la cual se produjo el cambio de una sociedad agraria a petrolera, con los subsiguientes hechos que marcaron la política, la economía, la cultura del país y lo que significaron cada uno de ellos en su cotidianidad. El texto, narrado en primera persona, apenas intervenido para respetar la sintaxis del cuentista, es un homenaje a Jesús María Montero Vergara, mi padre, quien se despidió físicamente de nosotros el pasado 30 de mayo de 2011, dejándonos este pequeño gran legado.


Chuma, mis primeros años.

Yo, Jesús María Montero Vergara, nací en la población de Las Masas, cercana a San Luís, la capital del Municipio Bolívar del estado Falcón, el 14 de enero del año 1914. Para entonces el General Juan Vicente Gómez tenía 7 años gobernando Venezuela. Soy hijo de Juan Isidoro Montero y de Silveria Vergara de Montero, fui el menor de otros dos hermanos; Natividad y Esteban. Mi mamá murió cuando yo tenía 14 meses de nacido y mi papá quedó sólo. Era originario de Charaima, Paraguaná, y pensaba regresarse y llevarnos con él, pero mi familia, al parecer por solicitud de mi mamá enferma, no lo aceptó, haciéndose cargo de nosotros.

Por mi edad, una tía materna, Francisca; se hizo cargo de mí, pero ella murió al poco tiempo de la gripe española, la cual mató mucha gente en todo el estado y a su muerte, mi tío Manuel Bonifacio Vergara, quien ya se había hecho cargo de mis otros hermanos, me llevó para su casa para criarme y así lo hizo. Entonces la familia era toda unida y así las primas mayores de la familia Gutiérrez Acosta me atendieron y cuidaron como hijo de familia y por cariño empezaron a llamarme Chuma, Chu por Jesús y ma por María.

Fui muy consentido en la familia pues, como hijo maute –huérfano pequeño- las atenciones eran mayores. Mientras, mi papá se regresó a Paraguaná, donde poco tiempo después conoció a una viuda que tenía un hijo al cual adoptó y con ella engendró otros seis hijos, cuatro varones y dos hembras a los cuales no conocí hasta cumplidos los 18 años. Durante ese tiempo no vi a mi papá, mi tío siempre me hablaba de de él y me decía: “Hijo, usted tiene un padre que algún día vendrá a conocerlos y deben tratarlo bien, pues es un buen hombre”. Por eso cuando lo conocí no le dije nada, no había nada que reclamarle.

Pero volviendo a mi tío, conocido por el apodo de “Fachito”, el se fue para Aracua donde hizo trabajos agrícolas llevándose a mis dos hermanos. Allí duraron muchos años, pero al llegar las compañías petroleras al Zulia, Natividad y Esteban se fueron a trabajar en ellas y yo me quedé con mi tío. En Aracua realicé mis primeros estudios.

Aracua era muy próspero en agricultura, se daba todo lo que se sembraba. Entonces llovía mucho y la montaña era frondosa. Era tierra baldía, la gente llegaba a trabajar sin ningún tropiezo. Conocí gente de otros lugares ir a vivir allí y que después se fueron a Churuguara. Era gente que trabajaba e hizo fortuna. Eran tan buenas estas tierras que la mayoría tenía sus siembras al fondo de sus casas. Luego llegó Andrés Henríquez pagando bien las bienhechurías a los habitantes, estos vendieron y Andrés Henríquez mandó a cercar los terrenos. Entonces los trabajadores tuvieron que hacer sus labranzas lejos del lugar. Henríquez lo que hizo fue crear pastizales y empezó a meter ganado. Con eso empezó la deforestación de la región. La montaña era tan frondosa y grande que llegaba a Murucusa, Las Guarabas y toda Aracua hasta Churuguara. Había allí toda clase de animales: tigres, báquiros, leones, aves como paujíes, todos se encontraban silvestres. Luego los veranos también terminaron con la vegetación. El año 1926 hubo un verano largo en todo el estado. Hubo emigración de la Península de Paraguaná y algunos murieron antes de llegar a Churuguara, que era a donde pensaban llegar para encontrar refugio.

En ese entonces mi tío Fachito se casó en Aracua con Carmen Siliet y formó su familia: dos hijos varones y dos hembras, yo vivía con ellos, cuidaba de todos, también de los animales: los burros y las yeguas. Mis hermanos antes de irse para el Zulia se dedicaban a la agricultura. Hicieron sembradíos en Cerro Negro, bastante retirado del lugar. El maíz no duraba porque el “gorgojo” se lo comía. Los dueños de siembras hacían una casa o troja para conservarlos. Esto consistía en una pieza compartida, tejida de varillas para echar el maíz en mazorcas. La mitad de la pieza quedaba debajo, donde se prendía candela para conservar el maíz impregnado con el humo. Era la única forma de conservarlo. El trabajo era traer el maíz de Volador y Cerro Negro, lugares donde cultivaban además la yuca, la auyama, la patilla, lechosa, el frijol y otros productos.

En Aracua la educación era muy buena. Teníamos buenos maestros como Carmen Ybarra de León, Pragedis García quienes eran de Coro y la señora Olimpia López de Morón, donde hice mis primeros estudios. Cuando salía de clase me iba donde el señor Próspero Molina, hombre de muy buen vivir quien me quería mucho, me brindaba mucho cariño. El tenía una cuerda de gallos en su casa y como desde pequeño he tenido esa afición, le ayudaba en la limpieza de los gallos y cuando los topaba, por lo cual, cuando los sacaba a jugar me llevaba a donde fuera. El hablaba con mi tío, me aperaban un burro y él se encargaba del burro y de mí. Salíamos a jugar en los caseríos cercanos: Las Guarabitas, la Sabana, Arajú, Santa Rosa y el propio Aracua. El me preguntaba si jugaba y yo le decía que uno o dos bolívares. Si ganaba me daba lo que ganaba y si perdía, yo le iba a dar lo perdido, pero él no me los recibía.

Una vez, mi hermano mayor Natividad, antes de irse al Zulia, en una ida al conuco, me dijo para que fuera con él, pero de repente me dijo que no. Que mejor buscara los burros y que él se iría a invitar a un muchacho que tenía una perra cazadora puesto que solo tenía un perro y así estaría mejor acompañado. Así se fueron ambos con sus perros a la montaña y yo me fui a buscar los animales, tal como acordamos.

Cuando yo venía de regreso con los burros, me dicen que a mi hermano lo atacó el tigre. Me apresuro en llegar. El asombro es la casa llena de gente, estaban curándolo. Vi una pochera llena de sangre y sábanas y paños para taparle las heridas y detener el sangramiento. Me dicen que vaya a buscar a mi otro hermano, Esteban, por el tenía más conocimiento del sitio donde había ocurrido el hecho. El estaba buscando las bestias. Lo traje lo más pronto posible. Ya había en la casa más de 30 hombres armados. Al herido lo habían enviado para San Luís donde estaba el doctor y le atendiera. Tenía una mano seriamente afectada por el ataque.

Contaba Natividad poco después, que en la refriega con la bestia, era una hembra, esta se les enfrentó. Se levantaba en sus dos patas traseras y se abalanzaba sobre él principalmente. Natividad le pidió a su amigo que se quedara atrás pues el animal no dejaba de verlo y lanzarse sobre él. Con el machete y caminando en retroceso le dio en la cara y le quitó un ojo y dos dientes. Pero la tigra volvió en su contra atacando. No dejaba de tirarle con el machete, ayudado por los perros que atacaban a su vez al animal mordiéndoles la cola y las ancas. Ella se volvía y los atacaba a su vez, mientras los perros se apartaban, esos momentos los aprovechaba mi hermano para reorganizar el ataque, pero el sitio donde estaba, el fondo de una quebrada seca y llena de piedras, hizo que tropezara y cayera sentado, momento que aprovechó la tigra para lanzarse de nuevo contra él, Natividad, pero él pudo darle con fuerza un machetazo en medio de la frente que la mató en el acto, pero sus pezuñas lograron alcanzarle la mano y el brazo hiriéndolo y entonces su amigo remató al animal ayudándolo luego a regresar a casa. A los perros no les pasó nada, fueron muy valientes y hábiles en la refriega. La tigra, contaba él, se la había dedicado en todo momento, pero los perros lo ayudaron mucho atacando por la espalda al animal y corriendo al mismo tiempo para evitar que ella los hiriera pues, por momentos le lanzaba zarpazos tratando de atacarlos, pero sin verlos, pues la vista se la tenía fija en él.

En esos pueblos y caseríos había mucha fiebre palúdica que diezmó mucha gente. También muchos piojos y niguas que no respetaban categoría (social) para atacar. En el año 1926, en ese verano, la gente sacaba la yuca de una mata llamada “asesiba”. De la cual hacían un bizcochito y arepa, tenía un gusto muy especial, esa yuca era un gran recurso. También se usaba la yuca brava, para el almidón y el cazabe.

El tigre hacía estragos en todos estos caseríos. Mataba el ganado, burros y se atrevía a llegar cerca de las casas para matar marranos y chivos. Los arrieros de Churuguara tenían temor con el tigre en el trayecto entre Churuguara hasta San Luis.

La Curimagua del año 29

En los últimos meses del año 1929 nos fuimos para Curimagua. Tío Fachito vendió lo que tenía, unos pastos a Don Gabriel Trómpiz. El motivo de venirnos fue que con la venta de los pastos estuvimos en Coro. Tío compro ropa y enceres para la familia, también para mí. Al regreso Tío se enfermó de una congestión intestinal y no pudo llegar a Aracua. Muy mal se quedó en El Trapichito, cerca de Curimagua, donde un compadre. En el lugar estaba un médico alemán, Don Carlos Zwinig, quien lo curó. Mi tío me envió a Aracua para llevar las cosas que había comprado, al llegar veo que la esposa de Tío, a quien dejamos en su casa, se mudó para la casa de su mamá. No me recibieron muy bien. La suegra que era tremenda decía que mi tío me quería más a mí que a sus hijos y que su hija Carmen no se regresaría para su casa. Que se quedaría con ella. Fue esto lo que motivó que nos fuéramos para Curimagua. Don Gabriel le ofreció y le vendió entonces un negocito que tenía en el pueblo y allí nos quedamos. El disgusto con la esposa duró 10 años, pero yo quedé viendo a su familia. Todas las semanas les llevaba en un burro todo el sustento necesario desde Curimagua. El negocio marchó bien. Pero Tío tenía un único hermano que se había ido, en aquellos años de guerras a Ciudad Bolívar y no volvió más. Se quedó en el estado Guárico, en Tucupido. El pensó ir a verlo y vendió el negocio. Me dejó en la casa de Don Blas Colmán, yo tenía entonces unos 14 años. Le ayudaba en el negocio y a retocar santos a la esposa que los hacía. Duré con ellos pocos meses porque un tío político Rafael Medina Adrianza, llegó a Curimagua y monto un negocio frente a la plaza en sociedad con Policarpo Coronado y me dijo que me fuera con él. Así lo hice. Mi tío Fachito duró meses para regresarse y allí me encontró, con mi otro tío cuando regresó de ver a su hermano.

Cuando llegué por primera vez a Curimagua a fines del año 1929, me di cuenta de la situación del pueblo. No tenía calles. Solamente el camino real de recuas donde transitaban los arreos de burros y mulas que venían de Churuguara, Siquisique y demás poblaciones que hacían el transporte comercial con el estado. En Curimagua no se utilizaba el cemento ni el zinc para sus viviendas. Las casas eran construidas de barro, techos de torta, pisos de tierra. En esos años llovía mucho, algunas familias pudientes tenían sus casas de tejas, piso de tablas sobre carbón para protegerse del frio. El clima era excelente para vivir, los enfermos de tisis o tuberculosis los enviaban para allá para que se curaran los pulmones. A estos le mataban los araguatos, para que tomaran su sangre y que allí había muchos. Por el frío y la lluvia las casas se cubrían de una lama verde, las ropas se tallaban. Las carnes y los pescados secos y salados no duraban mucho porque el frío los descomponía ya que la sal se aguaba. En ¨Curimagua no se daba el maíz, el frio no lo permitía, así que se compraba, pero tenía buenos habitantes, con buenos negocios. Pero la mayoría se vinieron para Coro, porque el gobierno los hizo salir afectados por las guerrillas de Manuel Urbina

En el negocio que tenía mi Tío político Rafael Medina Adrianza, tuve la oportunidad de relacionarme con mucha gente de Coro que se iban a pasar los fines de semana y vacaciones. En este negocio yo tenía la facultad, con ciertos dueños de trapiches, de darles lo que necesitaran para sus obreros y nos pagaban con panela. Entre ellos estaba Don Rafael Molina Franco, dueño de la hacienda “La Providencia”. El tenía en Coro un hijo llamado Angelucho Molina, quien regentaba el Club Bolívar en Coro y necesitaba un hombre bueno para emplearlo, El papá le dijo – Yo tengo el candidato! Te lo recomiendo- Le dio mi nombre y Angelucho me mandó una tarjeta diciéndome lo de su papá. Quería que me fuera para Coro, que me ofrecía trabajar con él en el día y que de noche podría estudiar en el Colegio Federal que estaba al frente de la plaza Falcón. Le dije que primero tenía que hablar con mi tío quien aun se encontraba en Guárico. Cuando regresó le comenté el caso y el fue para Coro. Debió comentarle algo a Don Gabriel Trómpiz. Este a su vez le dijo a Tío que él me necesitaba, que me ofrecía lo mismo ya que el colegio estaba cerca de su casa. Pero luego se acordó que, habiendo comprado unas posesiones en Murucusa, pensaba hacer unas labranzas para hacer pastos para ganado y que el hombre para atenderlos era mi tío y que esperaba que yo lo acompañara para llevar los libros y para atender un negocio de víveres y mercancías para suplirles a los trabajadores. Y eso fue lo que acordó mi Tío.

El fin de las montañas de Aracua

Llegamos a Murucusa para el año 1933. Para hacer este trabajo don Gabriel acordó pagarles a los trabajadores la mitad en dinero y la otra mitad en efectos para el sostén de las familias todas las semanas de pago. Estas mercancías me las enviaban con los arreos de los Rodríguez de Curimagua, Allí tenía que ir a buscarlos en burros. Se empezaron los trabajos que consistían en talar la montaña. Tumbaban las arboledas de palos gruesos y tupidos. Grandes zonas eran cortadas y luego quemadas para luego sembrar la semilla de la hierba.

La madera de los árboles de estas montañas era tan fuerte que se necesitaban 3 hombres expertos para tumbar uno solo árbol. Y eran tan grandes que cinco hombres agarrados de las manos no cubrían el tronco de uno de ellos. El primer trabajo fue tumbar 700 tareas. La montaña estaba desde Murucusa hasta Churuguara. Por eso los animales silvestres y el tigre hacían de las suyas por que tenían tanta expansión. Maderas de todas clases se encontraban en esa montaña, hoy ya no conocidas. Recuerdo una que era muy resinosa que un brazo de ella, uno la encendía y duraba toda la noche alumbrando. En ese entonces yo me paraba en la fila de Murucusa y no se veía nada de Aracua. La montaña cubría todo. Hoy lamentablemente la deforestación, las quemas, acabaron con todo. Se puede ver el que sale de Murucusa hasta la llegada a la fila de Aracua.

En estas tierras quemadas yo me puse a sembrar maíz. Se daba muy bueno, pero me daba mucho trabajo porque tenía que cuidarlo de las ratas que eran muchas. Después dejé de sembrar. En Murucusa había mucha agricultura: maíz, yuca, pira, auyama, patilla, lechosa, se empezaba la cría de ganado. Gente de fuera llegaba para hacer trabajos de agricultura y cría de animales. Don Gabriel Trómpiz construyó una represa y un hato: “La Ardita”, de ordeño para hacer queso y otro hato con el nombre de “La Matoa” con mayor cantidad de ordeño para queso y mantequilla. Yo me iba algunas veces para ese hato, me llevaba una arepa o un poco de harina tostada para comer con leche o mantequilla. Mi Tío se encargaba de ese trabajo y de mandar los quesos y la mantequilla para Coro. Los quesos eran grandes, de muchos kilos y el ganado era bastante esquilme, especial para dar leche. Había un personal suficiente para eso. También había cría de bestias de carga (yeguas). En el hato también se construyó un estanque de agua para que tomara la gente, pero como había en estos lugares mucha fiebre palúdica me enfermé. Me vi muy mal durante más de siete meses. Me llevaron para Las Masas donde tenía familiares que me atendieron y allí estuve hasta mi cura y recuperación. Estuve tan mal trajeron al médico de Curimagua, Don Carlos Zwinig, para salvarme.

Mi Tío se quedó con mi hermano mayor, Natividad, quien había llegado del Zulia, ayudándole en el trabajo de las haciendas. Poco después mi Tío decidió irse al Zulia y Don Gabriel nombró a mi hermano encargado de sus intereses con un sueldo mínimo de 40 bolívares mensuales. Era un buen sueldo. Mi hermano estuvo allí trabajando un tiempo pues el gustaba ese tipo de trabajo. Yo me quedé en Las Masas y en mi recuperación me dediqué a los gallos, vicio que he tenido desde pequeño. En esos años se jugaban desafíos en los pueblos de riñas de gallos dos y tres días seguidos, donde participaban los pueblos San Luís con las cuerdas de los hermanos Coronado, que los tenían muy Buenos. La Cruz de Taratara con las cuerdas de Don Pablo Bravo. Cabure, con las cuerdas de Manuelito García. Churuguara, con las de Totón Urbina. En Aracua había varias y en La Masas patrocinaba Jorge Jiménez donde yo colaboraba con mis gallos, unos nueve que me trajo mi papá de Paraguaná. Tuvimos un desafío con la Cruz de Taratara, de ir nosotros para allá y ellos venir para La Masas; otro con Cabure para realizarlo en La Encrucijada. Otro en Aracua con Totón Urbina.

Estando en estos desafíos, en Aracua, conocí a un señor llamado Alejandro Lugo que lo consultaban cuando no llovía, porque era muy observador. Se paraba a ver los astros en las noches y también el movimiento de las hormigas y los bachacos. Ponía granos de sal al sereno representando los meses, si se “sudaban” llovería, si no: verano. Por esos medios precisaba los días de lluvia. Observaba las abejas porque vendía su miel de varias clases y cuando las abejas estaban chupando flores o bebiendo agua y levantaban el vuelo, por la altura que llevaban precisaba la distancia para encontrar la miel. Eso ahora se olvidó, pues la gente no ve las cosas, no presta atención y toda esa gente que sabía como Alejandro Lugo, se murió. (continuará...)